Ciencia
Leña al experto
Un libro, «The death of expertise», de Tom Nichols, explica el asalto «contra el conocimiento establecido y por qué importa». Primero disparamos contra los intermediarios, editores, periodistas, productores musicales, críticos literarios. De un tiempo a esta parte también crece el vituperio contra la voz del experto. Ése al que los ovejos, orgullosos de un analfabetismo aquilatado, desprecian porque no entienden. Claro que la pugna viene de lejos. Aproximadamente desde que en 1963 Richard Hofstadter advirtió contra el Antiintelectualismo en la vida americana. Hechos Vs. Sentimientos. Pruebas Vs. Suposiciones. Realidades Vs. Dogmas. La lucha por la razón degrada la vida pública. Creíamos que las instituciones, siquiera en Occidente, estaban protegidas de semejante plaga. Hasta que uno de los suyos, un borrico, llegó a la presidencia. Ésa es su opinión, muy respetable, y aquí la mía. Así argumentaban quienes confunden el sacrosanto respeto a las personas con el necesario centrifugado de ideas. Ya sólo restaba un paso más. Otro saltito. Equiparar corazonadas y runrún sentimental, las creencias, certidumbres, convicciones y presunciones de cada cual con los hechos probados. De ahí que proliferen los negadores del cambio climático y su correlato al otro lado del espectro ideológico, o sea, los enemigos de las vacunas. Unos y otros igual de humillantes para cualquiera que todavía confíe en que el mono desnudo dispone de un cerebro que merece usarse. Al hilo del ataque sistemático contra las élites intelectuales, Harold E. Varmus, premio Nobel de Fisiología y Medicina junto a John Michael Bishop en 1989 por su descubrimiento del origen de los oncogenes retrovirales, publica artículo en el «New York Times». Habla de la propuesta de la administración Trump, pendiente de negociarse en el Congreso, para recortar en un 20% el presupuesto del Instituto Nacional de la Salud. Explica Varmus que el organismo sólo consume un 5% del dinero en gastos de personal y un 10% en el trabajo de científicos en la administración. El resto, más del 80%, se destina a «proyectos de investigación biomédica, programas de capacitación y centros de ciencia en casi todos los distritos del país». ¿Y? ¿Cómo no iban a jibarizar el NHI quienes, entre otras fruslerías, aspiran a yugular cualquier ayuda a la investigación del cambio climático? La sequía de fondos, la paralización de numerosos programas, el despido de científicos y el cierre de universidades sella una galerna perfecta. Empiezas por despotricar contra la meritocracia, la autoridad intelectual y el método científico y acabas así, ahí, en el puritito fango. No deja de turbar que sea Rex Tillerson, secretario de Estado y exconsejero delegado de ExxonMobile, el único miembro del gobierno que anhela evitar que EE UU incumpla los acuerdos de la Cumbre del Clima en París, suscritos por 195 naciones. La voz del raciocinio en la Casa Blanca hoy la enarbola un ejecutivo de la industria petrolera. Pero Tillerson, hombre serio, ha sido arrinconado en la refriega palaciega diaria. Nadie le escucha. Permanece en la grada, mudo, mientras fantoches como Stephen K. Bannon ventosean a diario su tóxico oscurantismo.
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