Cristina López Schlichting
Llanto por amor
Que nos matásemos unos a otros en el 36 era ley de una tradición inventariada por Goya y Antonio Machado, la de las dos Españas. A Federico García Lorca le dieron matarile los fascistas en Víznar, en agosto de aquel año, por homosexual, masón y socialista; a Pedro Muñoz Seca le dieron paseíllo los comunistas en Paracuellos, en noviembre, por monárquico y católico. Ambos compartían enemigo, aunque no lo sospechasen, el odio español los mató a los dos. ¿Qué hacer con un pasado así, que se transmite por nuestras venas? El asesinato no puede enmendarse, pero es posible enjugarlo con respeto, si mimamos la memoria de Pedro y Federico. Cada español que quiera rescatarse de su genética maldita debe aprender a amar la vida y la obra del «otro», del que larvadamente consideramos aún adalid del bando malo, cripto enemigo secular. Porque me gusta alentar la España entera y construida, la que traza amores, me duele que se caiga el Cortijo del Fraile. Hace 24 años me adentré sin quererlo en un bellísimo valle lunar de desierto almeriense y descubrí el imponente escenario del crimen de Níjar, un edificio con campanario, capilla, cripta funeraria, cuadras y cochiqueras, hornos tradicionales en forma de cúpula, aljibes y salas con chimenea. En esta casa magna y mágica creció Francisca Cañadas, la hija coja y rica del cortijero, que fue prometida por dinero con Casimiro Pérez. La madrugada de la boda, la novia huyó con un primo, Francisco Montes Cañadas, del que estaba secretamente enamorada. El hermano del novio defraudado, José, les dio alcance y mató al hombre. Era el verano de 1928 y Lorca, que conocía muy bien Almería y sus desiertos, leyó el suceso en la Prensa y la mente le desbordó de noches de luna y encajes nupciales y puñales. Así nació «Bodas de Sangre». José entró en la cárcel y Francisca languideció en Níjar, sin marido; murió recientemente. Casimiro se casó con otra. Por un lado fue la historia real, con sus dolores, y por otro la gloria literaria, que pintó hermosa a la novia fea. Testigo de todo quedó el cortijo abandonado, que ahora la Junta de Andalucía no quiere restaurar, porque es caro. En verano comprobé que el techo y el coro de la iglesia se han venido abajo, que hay orines y mierda en los nichos de los monjes, que las vigas se hunden en las románticas habitaciones. Qué dolor. Paracuellos y Víznar se repitieron delante de mí, de nuevo comprobé abiertas las secas cunetas de nuestra indiferencia. En España no hay dinero para el amor.
✕
Accede a tu cuenta para comentar