Historia

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Lo nuevo se hace viejo en Cádiz

La Razón
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Desde Cádiz, se aprecia el mundo con mucha más claridad. Pregúntenle si no a Pablo Iglesias, a quien ha tenido que advertirle Kichi de la diferencia entre las vírgenes buenas y las vírgenes malas, las del pueblo y las de la casta. El capitalino Iglesias no entendió nada al conocer la noticia: el Ayuntamiento gaditano había concedido la medalla de oro a la Virgen del Rosario. ¡Arrea! El líder de Podemos, que no lograba discurrir, llamó al alcalde y, eureka, obró la cuadratura del círculo. «Mira, Pablo, que no te enteras, pisha; nuestras vírgenes no son como las vuestras, en Cádiz ‘okupan’ pesebres y en Castilla son propietarias de un ático en la Gran Vía», le debió de contar el regidor a un Iglesias que se topaba de frente con la realidad divina. Y entonces soltó el burgués laico su letanía costumbrista y condescendiente sobre la vinculación de la Virgen al gremio de los pescadores, de su arraigo al pueblo y de la dignidad popular. Y dos huevos duros. En Cádiz la contradicción se convierte en naturalidad, la nueva política se transforma en política de siempre, las vírgenes son el opio del pueblo (y para el pueblo) y la venta de barcos de guerra a Arabia Saudita –tan mimada por Trump– está justificada porque favorece el empleo. En aquella ocasión, recuérdenlo, Podemos había votado a favor de la construcción de fragatas para exportar a la teocracia saudí e Iglesias, que tuvo que esperar a hablar con Kichi para entenderlo, renegó de repente de sus proclamas contra la industria militar. A este paso, con Kichi como asesor áulico, Podemos puede ponerse pronto del lado de la banca que le presta a su pueblo o incluso de la casta gobernante, acostumbrada a la ocasional ingesta de sapos que todo ejercicio del poder recomienda. Qué pronto se ha hecho vieja la nueva política.