Luis Suárez

Los escalones del Tinell

Televisión Española está difundiendo una serie acerca de los Reyes Católicos. Confieso que sólo he visto los episodios de la primera parte y me han parecido correctos; esto explica bien el éxito del público. Pero me llega noticia de que para esta nueva etapa se ha prohibido el empleo de ese palacio, Tinell, que es de los más exactos escenarios conservados desde el siglo XV. Y, en él, tuvieron lugar acontecimientos que a todos los espectadores convendría mucho conocer, desde la interioridad que proporcionan los sentimientos. Pues, curiosamente, Fernando y, todavía más Isabel, gozaron en su tiempo de un justificado aprecio entre los catalanes que ahora parece conveniente olvidar. Por ejemplo, el contrato matrimonial entre ambos, futuros reyes, se firmó precisamente en una localidad de Cataluña, Cervera, el año 1469, aunque la ceremonia religiosa tuvo lugar en Valladolid. Un logro para los intereses catalanes, que disgustaba a los partidarios de Enrique IV a quien precisamente los poderosos del principado habían querido proclamar rey. La incapacidad física y moral de éste frenó tales propósitos.

Cuando estalla la guerra entre los dos partidos catalanes, bigaires, los ricos, que dominaban en dos estamentos, y buscaires, artesanos y campesinos, la crisis económica, resultado de esta división, alcanzó una gravedad de profundas dimensiones: al privarse de los mercados exteriores y aumentar los gastos de la administración llegó un momento en que l os impuestos recogidos no bastaban ni siquiera para pagar los intereses de la deuda. Y la servidumbre que padecían los campesinos (payeses de remesa) se endureció. De este modo cuando en 1479 Fernando sucede a su padre, se encuentra ante una situación de agobio. Y entonces dio dos lecciones de extraordinaria importancia: puso sus rentas castellanas y las facultades para activar el comercio a disposición de los catalanes, y llamó a colaborar con él precisamente a los dirigentes de la Biga que en principio se le mostraran hostiles. Cataluña se levantó de sus cenizas y, contando con poderosos auxilios, reconstruye su comercio mediterráneo que alcanza hasta Egipto. Recuérdese que son veteranos de la guerra de Granada mandados por Gonzalo de Córdoba los que conquistan Nápoles y afirman ese núcleo fundamental de dicho mar, en que se insertaban Malta y también Lampedusa.

Jaime Vicens Vives, en tres de sus grandes obras, y Ferran Soldevilla en su Historia de Cataluña, lo explican con toda precisión; no es necesario acudir a los especialistas de otras regiones aunque sea muy conveniente. Una de las máculas provenientes del pasado: en la mitad norte de Cataluña s conservaba una anomalía social, la «redimencia» que es un modo de denominar la servidumbre. Los fuertes propietarios de la tierra proponían una solución: que los payeses se fuesen como personas libres, pero dejando en sus manos el suelo productivo libre también. El precio agrario había subido. He ahí el pez que se muerde la cola. Pues los campesinos afirmaban: ¿de qué sirve la libertad? si se nos priva de los medios de sustento. Durante la guerra interior los bigaires habían acentuado las presiones sobre esta masa campesina. Y ahí es donde la intuición de Isabel entró en juego: mientras rezaba en su celda de Guadalupe, veía clara la decisión que había que tomar. Si en algún rincón de sus reinos quedaban restos de servidumbre, debían anularse, en nombre de la cristiandad. Los remensas también pero quedándose ellos con la tierra e indemnizando durante algunos años a los propietarios que dejaban de serlo. Eso si era libertad.

Fue allí, en los salones del Tinell, en 1493, cuando los españoles descubrieron América. Colón venía acompañado de aquellas parejas del Caribe, bautizadas, pero demostrarlo, en su aspecto externo, que lo que se había encontrado era un mundo nuevo, seres humanos primitivos dotados de alma que había que salvar. El Tinell, insistamos, era un monumento vivo. Y lo sigue siendo; no son sólo los españoles los que deben tomar contacto directo con él. Si se había escogido, deliberadamente, Barcelona, como lugar para el decisivo encuentro –a un catalán tratara de encomendar Fernando la evangelización de las Indias– era por una clara razón, enlazar las dos grandes rutas del Mediterráneo y del Atlántico.

En diciembre de 1495 Fernando sufrió un atentado que pudo resultar mortal: un campesino loco trató de asesinarle. Conservamos una carta de Isabel a su confesor: toda la noche la reina había estado pidiendo a Dios que si uno de ambos tenía que morir fuese ella, pues para España la presencia del marido era indispensable. Y no es una fórmula de propaganda sino que se inscribe en el secreto del sacramento de la confesión. Para Cataluña más: aquel año la Consellería General presidida por el más importante dirigente de la Biga, Cremades, había conseguido remontar la deuda. Cataluña había salido de apuros.

Otra lección. La contienda interna con rechazo de la corona había permitido a Francia apoderarse de las tierras catalanas del otro lado del Pirineo, Rosellón y Cerdaña. Fue, mediante Castilla, como pudo imponerse a Francia su devolución. Sir Hugh Thomas, lord Swynneron, persona de gran valía para nosotros los historiadores españoles, lo acaba de decir. Las quiebras políticas en Cataluña benefician a Francia, no a los catalanes. Es lógico que se guarde memoria de ese gran reinado. Los responsables de la serie televisiva deben tenerlo en cuenta; explicar la verdad es a veces mucho más sugerente que recurrir a fábulas o argumentos novelescos. Fernando e Isabel tienen en sí mismos las condiciones para un protagonismo.