Ely del Valle
Los gayumbos de Puigdemont
Tras el bochorno que supuso el comportamiento de los independentistas en la manifestación del pasado sábado, ahora llega la Ley de transitoriedad que es, para entendernos, como si usted se va al banco con una cartilla de fabricación propia en la que ha plantado un saldo de dos millones de euros pretendiendo que se lo abonen. La alegre muchachada de puigdemones da un paso más en su pretensión de legislar desde la ilegalidad arrogándose además la potestad de conceder dobles nacionalidades y de mantenerse sí o sí en la UE esgrimiendo unos tratados internacionales que no existen. De traca, oigan.
La discusión mientras tanto está en saber qué se puede hacer para que, una vez pasado el 1 de octubre, esta sarta de desafueros a la que venimos asistiendo desde hace demasiado tiempo quede desactivada. Las propuestas son muchas pero poco efectivas a menos que sean los propios catalanes los que decidan ponerles fin. Esa es la clave. Ni un hipotético cambio constitucional, ni una modificación del estatuto, ni siquiera una quita de la deuda van a domesticar a quienes pretenden hacer de Cataluña su corralito, más que nada porque su única razón para estar donde están y no condenarse a la irrelevancia es seguir con el incendio.
Hay una escena memorable en «Bananas» de Woody Allen en la que el dictador de San Marcos proclama el sueco como idioma oficial y establece por ley que cada ciudadano debe cambiarse de ropa interior cada hora y media y además llevarla por fuera, para que se pueda comprobar. Pues eso. Lo lógico es que después del amago de octubre se convoquen elecciones, y que sean los propios catalanes los que pongan punto final al despropósito, porque de lo contrario poco podremos hacer los demás para evitar que sus dirigentes sigan empeñados en mostrar al mundo una Cataluña con los gayumbos al viento.
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