Restringido
Los «sabios» y la singular Soria
El PSOE tiene un «Comité de Sabios» de bajo coste, encabezado por José Sevilla y del que forman parte Sami Nair y los filósofos Victoria Camps y Ángel Gabilondo, que son los que más se aproximan, aunque de lejos, al ideal de la sabiduría. Tanto Cervantes como Fray Luis advirtieron en su tiempo de la menguada nómina de sabios en el mundo. Esta apreciación sigue vigente. Hecha, pues, la salvedad de que nada hay más necio que creerse sabio, dicho comité, después de sesuda meditación, prepara una propuesta de reforma constitucional para reconocer el «hecho diferencial» y la «singularidad» catalanas. Dicho en plata, los «sabios» del PSOE solicitan un trato especial a Cataluña en la Constitución. Se trata, según parece, de superar el maltrato y la falta de consideración que esta región singular sufre de España, algo de lo que se quejan a diario los enardecidos nacionalistas.
Por si les queda tiempo de su ardua meditación catalana, me atrevo a presentarles otro «hecho diferencial», que a mí me parece éticamente más acuciante e injusto. Me refiero a la «singularidad» de Soria, que conozco bien. Es una provincia española, cantada por los poetas, que acoge como referencia histórica el cerro de Numancia sobre el Duero, cabeza de la Celtiberia y de la Mesta, espejo del románico, que aparece disperso por villas y aldeas, una provincia castellana, en la raya de La Rioja, Navarra y Aragón, que está muriéndose. Sólo cuenta con un ramal de autovía, de Medinaceli a la capital, y un viaje en tren desde Madrid es como volver a la España de la posguerra. La provincia de Soria ha perdido el 40 por ciento de la población en los últimos cincuenta años. Ocupa el 2,4 por ciento de la superficie nacional y está habitada por el 0,2 por ciento. La mitad de los 183 municipios cuentan con menos de cien habitantes. Sólo Soria capital, Almazán y El Burgo de Osma superan los cinco mil, ¡y bajando! Toda la provincia alberga poco más de 80.000 almas, con una población envejecida. En la comarca de las Tierras Altas, donde nací, quedan menos de dos habitantes por kilómetro cuadrado. Es un desierto demográfico, más despoblado que Laponia o el Sáhara. Toda la comarca es literalmente un cementerio de pueblos. Podía escribirles la interminable lista de caseríos deshabitados. ¿Se les ocurre algo a ustedes que son tan sabios para que Soria, esta provincia singular, no se muera? En los pueblos sólo quedan ya las ruinas, el hermoso paisaje, el silencio y la memoria. Sin arrieros, no hay siquiera polvo en los caminos.
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