Reyes Monforte

Madre

La Razón
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Escribió Víctor Hugo que no hay nada más preciado en este mundo que la sensación de existir para alguien. Esa es la sensación que experimentan una madre y su hijo –o un padre y su hijo– desde el primer día que sus vidas se entrelazan en este mundo. Puede caerse el cielo, abrirse la tierra o vaciarse el mar, pero es complicado que un hijo deje de existir para una madre, y viceversa. Sin embargo, de vez en cuando, el universo se alía contra la humanidad y sucede.

La bondad, como la maldad, no está en el género. La madre que presuntamente asfixió a su hija de 4 años de Sant Boi no tiene género, ni nacionalidad, ni edad ni religión, sólo tiene algo que le llevó a matar a su propia hija, llamar a los Mossos y entregarse. Aseguran los vecinos que sufría depresión y que gritaba mucho. Lo que fuera, el resultado es el mismo.

Si como aseguraba el clérigo Henry Ward Beecher, el corazón de la madre es el aula del niño, en este caso lo que fuera que guardase el corazón de esa madre resultó ser la tumba de su hija. Ningún hijo en su sano juicio puede pensar que su madre puede matarle, como tampoco puede imaginar que su padre acabará con su vida. Va contra natura y contra el sentido común, pero nadie dijo que estos dos conceptos fueran universales.

«Día a día, la infancia crece en mí y deseo vivir porque, si muero, sentiré vergüenza de las lágrimas de mi madre». Las palabras del poeta palestino Mahmud Darwish cobran un macabro sentido cuando suceden casos como el de Sant Boin.

No habrá más lágrimas, ni más infancia para la niña de 4 años, pero sí mucha vergüenza, la que sufrirá esa madre si sobrevive a su acción. Ahora es ella, ya no es el hijo. Dicen que el hijo que ama a su madre no puede ser malo. No sé lo que dicen de la madre que no ama a su hijo. Y mucho menos sabremos lo que dice la propia madre.