Cristina López Schlichting

Maestros al poder

La Razón
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Las profesiones más difíciles son muy vocacionales. Un médico, juez, ingeniero emplean tanto esfuerzo en su formación que resulta inconcebible que no lo hagan por un deseo muy fuerte. A todos nos gustaría tener un hijo o un yerno médico, juez, ingeniero. Resulta muy duro constatar que esto no ocurre con los maestros.

No es sólo por la falta de conciencia sobre el valor de la educación. Tiene también que ver con que en España se hacen maestros los que no pueden hacer otra cosa. Estoy generalizando y soy bien consciente de que esto que escribo me valdrá críticas. Pero creo que no miento cuando digo que en las clases de mi generación, que es la que ahora dirige las aulas, los primeros alumnos se iban a Medicina o Ingeniería y los peores, a Magisterio. Mientras no hablemos de esto sin tabúes no daremos un paso.

Hace muchos años que me quedé alucinada de que en Alemania hacerse maestro fuese considerado una proeza, al alcance sólo de los escolares más destacados. Ni las notas altísimas de corte son una garantía: después vienen casi diez años de estudios duros. Lo mismo pasa en Finlandia, donde sólo los más dotados acceden al puesto. Cabría pensar que estas personas se hinchan después a ganar dinero, pero no es así. Cobran decentemente, pero su ganancia estriba más en el enorme respeto social que cosechan. No sé por qué razón es tan difícil elevar las exigencias para seleccionar y formar a los docentes. Supongo que hay una parte de mentalidad funcionarial, con alta militancia sindical, muy capaz de causar serios problemas a los gobiernos que pretendan meter mano en un sistema muy establecido.

Ahora se va a hablar de reforma educativa. Sería dramático para nuestro país que el debate se centrase en si son las autonomías o el Gobierno central los detentadores del poder. Y si hay que estudiar historia local o nacional en las aulas. O que los temas prioritarios fuesen la teoría de género, la educación para la ciudadanía o lo que sea que se le ocurra al asesor intelectual del partido de turno. Si va a ser así, que nos dejen como estamos. Con un fracaso escolar épico, depresiones entre los maestros y un alumnado muy desmoralizado.

Sugiero a los señores parlamentarios que no construyan sobre quimeras teóricas. Que envíen gente a los países punteros en educación, identifiquen los ejes del éxito y copien sin rebozo, no hay nada nuevo bajo el sol. Por mucho que se elaboren eruditos planes de estudios, por sofisticadas que sean las herramientas técnicas, por generosos que sean los presupuestos, un aula es siempre el espacio sagrado de relación entre el maestro y el alumno. Un hombre brillante y ocurrente se busca las vueltas. Encuentra el camino hacia el corazón y la mente del chico. ¿Acaso no es esa nuestra experiencia? ¿Acaso de un mar de rostros grises no emerge con fuerza el rostro de ese apasionado ser que nos inoculó el virus del latín, la matemática o la literatura dejándonos para siempre enfermos de avidez de saber?