Enrique Miguel Rodríguez
Málaga al día
Una vez más me desplacé a Málaga, cosa que hago siempre con gran ilusión. Mi padre y toda su familia eran malagueños. Una de mis jefas más queridas es una de las malagueñas grandes de la actualidad, María Teresa Campos, con la que he pasado días inolvidables en la ciudad. En los últimos 10 años, con el otro jefe y amigo, Carlos Herrera, era visita obligada al menos una vez al año. Añadamos las muchas veces que he estado por placer en Málaga y será fácil reconocer mi debilidad por esta tierra. Tengo la suerte de no haber sido de una de las dos España que tantos corazones helaron. Soy sevillano «totalmente jartible» y ese hecho nunca lo he empleado como rencor hacia Málaga. Lo mismo que soy del Betis y me encanta que gane el Sevilla. Para rematar soy tan de la Esperanza Macarena como el que más, y me quedo fascinado con la Señora de Triana.
Contarles que en esta ocasión el viaje se debía a la entrega de la tercera edición del Premio Valores de LA RAZÓN, que en sólo tres años ha cogido un peso importante. El próximo domingo tendrán una detallada información del acto, que resultó brillantísimo, con lo que la repetición está de más.
Pero sí quiero contarles la suerte de esta ciudad con su alcalde, Francisco de la Torre. Sólo hay que pasear por su nuevo paseo marítimo, que era hasta hace poco un horror, y disfrutarlo. Su punto de referencia es el museo Pompidou, al que entré con recelo, pensando que lo que iba a ver eran unos cuantos objetos de los que llamo, en mi ignorancia, de arte y engaño. Afortunadamente estaba en un error. Buena colección, con nombres de primerísima fila. En el Thyssen tienen una colección temporal de cartelería magnífica, desde Arroyo a Toulouse-Lautrec. Y para mí el cartel de la película «Tarde de toros», de Vázquez Díaz, apoteósico. Hay que unir a tantos encantos una limpieza que parece la de un sanatorio de lujo.
Resumiendo, que Málaga está para disfrutarla y que además con el tren Avant, te colocas en el centro en menos de dos horas.
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