Real Madrid
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A las dos y media de la madrugada, 50.000 madridistas esperaban al equipo en Cibeles. Llegaban los jugadores, los técnicos y los directivos a la toma de la diosa. Había bastante más gente que la víspera en la Puerta del Sol para escuchar a Pablo Iglesias. Concita más interés el deporte que la política o lo que sea que practican en Podemos. Aunque hay quien se empeña en mezclar los higos con las témporas y sacar de quicio lo meramente deportivo. El Málaga hizo todo lo que tenía que hacer, excepto ganar, porque el Madrid es mejor. No obstante, todavía habrá quien dude de la honorabilidad de Míchel y del orgullo malaguista. Pueden estar ambos tranquilos, siguen a salvo. Como el Eibar y Mendilibar. Apuntaba el técnico eibarrés antes del partido que habían sido liberados de la batalla mediática porque les consideraban «invisibles». En japonés, de Inui, se le hubiera puesto la Liga al Barça de no ser porque Cristiano, muy temprano, y Benzema habían cerrado el debate. Después, sólo quedaban los trámites. Luis Enrique y el Barça, en general, felicitaron al campeón, e Iniesta, en particular, hiló aún más fino: «Han sido un poquito mejores y nosotros no hemos sido lo regulares que exigía la competición». No hay debate. A los azulgrana les queda rearmarse y anunciar el próximo lunes 29 la incorporación de Ernesto Valverde como entrenador, mientras el Madrid celebra deprisa y corriendo LaLiga y, sin descuidarse ni caer en la autocomplacencia durante los fastos, prepara el último y más importante partido de la temporada, la final en Cardiff contra la Juve. El mensaje sensato de Zidane sí que cala.
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