José Antonio Álvarez Gundín
Mineros humillados
Si nunca has bajado a la mina jamás comprenderás la profundidad de la humillación. Uno de los nuestros acaba de dinamitar la última galería de dignidad a la que no había llegado el grisú de los blesa y los moral santín. Fernández Villa, el fanfarrón que se comía crudos los capataces y lloraba como una plañinera en el luto de la bocamina, se ha burlado de los mineros de la forma más ignominiosa posible: traficando con sus tragedias. Robando del dinero que debía garantizar el futuro de los guajes cuando se cerrara el último pozo. Desviando a sus bolsillos caudales destinados a las familias condenadas a emigrar. Comprando con los fondos europeos a liberados sindicales, cargos políticos, listas electorales, puestos de funcionarios... Un infame mercadillo a cuenta de los miles de mineros expulsados al paro. Mientras picadores honrados hacían huelga de hambre en la oscuridad de la tierra por el pan de sus hijos, el ofidio sindical negociaba con Hacienda la amnistía de sus miserables sisas. Si nunca has oído el silbido venenoso de la silicosis jamás entenderás la asfixia que produce el deshonor a cien metros de profundidad. Todo el mundo sabía desde hace 20 años que la minería del carbón estaba condenada al cierre, por eso resultaba imprescindible reconvertirla y promover alternativas productivas en las comarcas afectadas. Desde 1990, los fondos destinados al sector ascienden a 24.000 millones de euros. ¿Dónde han ido a parar? Con ese gigantesco presupuesto el Bierzo y Asturias podrían nadar en la abudancia, y serían de oro las calles de Rodiezmo, por donde pasaban los patricios del puño en alto con la promesa de repartir a manos llenas. Pero fue todo un engaño. Si quieres saber por qué, pregúntaselo a José Ángel Fernández Villa, si es que aguantas el vómito.
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