Eutanasia
«Morituri»
Un trascendente insistía en que si fuéramos conscientes de que hemos de morir mudaría radicalmente nuestro comportamiento. No es saludable ese pensamiento circular, aunque verse sobre lo único cierto de la naturaleza puede conducir a opciones muy distintas: ser un lobo para el hombre por la maldad de éste, como la fiera del de Asís, o profesar en la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia, conocida vulgarmente por la Trapa, y que resultaría lo más inteligente. Aunque nadie se ha muerto un minuto antes, los médicos avezados coinciden en que, salvo por muerte súbita, morirse es un proceso largo y trabajoso. Ningún discípulo de Hipócrates o Galeno practica la «medicina encarnizada» en pacientes terminales, excepción hecha de Francisco Franco al que en horas postreras hicieron purgar cruelmente sus pecados de autócrata. Dignificar la muerte es un punto de civilización, pero igual que la paz celestial es sentarse a la diestra de Dios y hacerle dulces objeciones, esto de decorar a la andrajosa de la guadaña merece suaves reparos. Cuando el PSOE era el caballo de tiro de la progresía aprobó en su Andalucía la primera ley de este porte, culminada ahora en Madrid, también por los socialistas, con una insólita unanimidad, mientras la mayoría del territorio nacional carece de esta gestualidad funeral. El macizo de la sanidad y la educación no debió transferirse nunca y hoy los españoles pueden morirse a la carta según el padrón. Con la muerte digna ocurrirá lo que con la dependencia, de la que se ufana Zapatero: la Vieja Dama acorta listas de espera por falta de presupuesto. En Madrid, como en cualquier autonomía, los cuidados paliativos, las unidades de dolor, el personal sanitario especializado, la habitación individual o la asistencia domiciliaria serán realidad cuando lluevan ranas porque la última dignidad es muy cara y no se alcanza ni en la medicina privada. Rozó el éxito un jefe de servicio progresista que convirtió las Urgencias en una estación del AVE al más allá sedando a los ancianos. El PSOE le amparó por humor negro o porque adelantar la hora final es peldaño hacia la eutanasia pasiva, activa o el suicidio asistido, monomanías izquierdistas. Éstas son modernidades muy discutidas en el siglo pasado y ya sabemos que cuando se legisla la muerte hay que tocar madera. Llegado el tránsito hasta los ateos se acogen a la seguridad de llamar al cura.
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