José María Marco

Naciones imaginadas

Hoy en día, en Cataluña, ser catalán es ser catalanista, o nacionalista. Todos sabemos que no es así, pero eso ya ha dejado de importar. Lo que era una aspiración militante del catalanismo, se ha convertido en una elección planteada a la fuerza a todos los que vivan en Cataluña. Es lo que traduce la cuestión del referéndum. La existencia de la nación catalana se definirá por la voluntad de los catalanes para constituirse en nación. Habrá por tantos catalanes de primera, los que hayan hecho suya esta aspiración, y los demás, que serán todos aquellos que, de su adhesión a Cataluña, no sacan una consecuencia nacionalista.

Los españoles no estamos sometidos a esta misma tensión. No hay españoles de primera porque sean españolistas, o nacionalistas españoles, ni españoles de segunda porque no lo sean. Español es todo aquel que tenga un pasaporte de esta nacionalidad y, en consecuencia, tenga que respetar las leyes españolas. Entre ellas, las de Cataluña. Es la diferencia entre las naciones reales y las imaginarias. Las primeras son incluyentes y abiertas. Las segundas necesitan excluir, segregar, dar portazos. En apariencia, esto proporciona a las naciones reales una desventaja con respecto a las imaginadas. Las naciones reales son alérgicas a las pulsiones militantes. En términos concretos, nadie va a oponer a los encadenamientos catalanistas una cadena españolista. Eso no quiere decir, sin embargo, que las naciones reales carezcan de recursos: está la ley, está el derecho, está el respeto a la libertad. España no es una abstracción. España es el conjunto de formas de vida que ha hecho posible que en nuestro país se respete la libertad y se aplique la ley y el derecho. Desde esta perspectiva, no debería haber ninguna razón para que los partidos españoles de izquierda no ejerzan de partidos nacionales, y abandonen de una vez la utilización partidista de la palabra España. Es lícito aspirar a una organización más federalista, o definitivamente federalista del Estado español, por ejemplo, pero eso no tiene porqué ser un impedimento a la hora de mostrar una adhesión definitiva a España, a la pervivencia de la nación en la forma en la que la conocemos. Ocurre más bien al revés. Sólo empezaremos a creer en el federalismo del PSOE cuando el PSOE se declare un partido nacional y abandone el apoyo a quienes desean romper la sociedad española según criterios subjetivos, imaginarios, de pertenencia a un grupo social. La izquierda española, en su día internacionalista, no puede seguir jugando al nacionalismo.