Cástor Díaz Barrado

Negociación

El triunfo de Syriza en las elecciones griegas, aunque era previsible, ha abierto un debate que se proyecta tanto en el orden interno como en la política exterior del Estado griego y, en particular, en las relaciones con la Unión Europea. Está claro que Grecia debe salir de la desastrosa situación económica en la que se encuentra y, para ello, hay que aceptar que corresponde a los griegos modificar su sistema económico, incorporar elementos de competitividad y apostar por un modelo que poco tenga que ver con el que se ha desarrollado en el pasado. La cuestión principal es que ello no se logra en poco tiempo sino que precisa de medidas sociales y económicas que producen efectos a muy largo plazo. Lo más inmediato, sin embargo, será descubrir cómo se van a desarrollar las relaciones entre la Unión Europea y Grecia y cuál va a ser el papel que jugarán los acreedores del país heleno. Lo único que está claro es que se abre un periodo de negociación y que las partes tienen la obligación de llegar a acuerdos. Sin duda, habrá que dejar que Grecia encuentre el camino de la recuperación pero, al mismo tiempo, no se podrán poner en peligro los logros que representa el proyecto común. La situación no es dramática y va a servir para detectar las verdades de los discursos relativos a la austeridad y al crecimiento. No sabemos todavía cuál será el final de la negociación, que ni siquiera ha comenzado, aunque lo mejor sería que no se partiese de posiciones inamovibles sino que se buscase, con habilidad, el camino que conduzca a que la sociedad griega no se radicalice. Grecia se constituye, en la actualidad, en un escenario en el que se van a debatir, con intensidad, muchas de las posiciones económicas que se han venido enfrentando en los últimos años y lo bueno sería que sorprenderse de que ninguna de ellas alberga en su seno todas las soluciones. La Unión Europea debe seguir adelante como esquema de integración y, cada vez más, los estados deben entregar soberanía a las instituciones comunitarias. La situación en Grecia no sólo debe ser un problema para los griegos sino que el conjunto de los europeos debemos compartir esas dificultades. No se trata de constituir una amalgama de países vinculados tan sólo por intereses comunes sino de ser partícipes comunes de los éxitos y de los fracasos. La nuevas autoridades griegas deben prestar la debida atención a los problemas de orden interno y el presidente Tsipras tiene por delante una ingente tarea pero no se debe descuidar, en modo alguno, que Grecia forma parte del proyecto más ilusionante de los últimos siglos.