Irene Villa
No pudo más:
Como dice mi madre, no hay como morirse para que te valoren, te ensalcen e incluso te perdonen, tengas o no razón. Es en nuestra marcha, y lamentablemente a veces sólo al dejar este mundo, cuando las críticas se suavizan y los más fieros juicios se calman. Rita Barberá no pudo aguantar la presión mediática, aunque probablemente lo que peor llevara fue el absoluto desamparo en el que se vio inmersa y el poco respaldo que encontró incluso entre los suyos.
Precisamente no quería irse, como tantos le recomendaban, porque quería defender su honorabilidad frente a viento y marea, aunque le costara la vida. No pudo siquiera beneficiarse de la presunción de inocencia. Y su larga y aún infructífera lucha, finalmente, le costó la vida.
Su corazón no aguantó injurias, presiones y críticas hasta de los más allegados. Sobre ella pesó la amarga sospecha de incluso los que no hace tanto tiempo la encumbraban, la querían, disfrutaban con ella y hasta aprovechaban el tirón de una mujer que, independientemente de lo que pasó o no pasó, nadie negaba que era un torbellino de energía. Ahora todos los valencianos ensalzan su compromiso con su ciudad, para la que no veía límites. Puso a Valencia en el mejor lugar que sus habitantes hubiesen soñado jamás. Hablaban de ella y el primer adjetivo era campechana. También activa, briosa, capaz, enérgica o peleona son calificativos que la definían. Acostumbrada al respeto, al aplauso de sus paisanos, a las alabanzas, los abrazos y los besos por las calles de Valencia, no pudo soportar la soledad que se encontró cuando vinieron malos tiempos y fuertes tempestades. Nadie pone en duda que fuera una alcaldesa al pie de la calle, estaba pendiente de cada farola, de cada desperfecto en una acera, de cada una de las preocupaciones de los valencianos. Especialmente fue adorada por los falleros. Vivía cada mes de marzo con una alegría, pasión e intensidad que no pasaban desapercibidas. Hoy los valencianos están tristes. Se ha ido quien un día fue su mayor motivo de orgullo.
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