Rosetta Forner

No tan antiguos

La Razón
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Hoy es el día del beso. Dicen los expertos que besar mejora la salud, pues somos seres kinestésicos: Freud sostenía que un bebé sin amor, aun siendo atendido en sus necesidades alimenticias y de aseo, podía no sólo enfermar sino morir. O sea, podemos morir de inanición emocional. Al igual que podemos hacerlo, o pasarlo mal, debido a las enfermedades de transmisión sexual. El miedo al sida o a la sífilis ha quedado aparcado. Parece de otra época. ¿Será por eso que en la sociedad actual se promueve la promiscuidad relacional? Puede que la necesidad de una seguridad afectiva influyese en el hecho que la sociedad deviniese monógama, aunque el evitar contagios ha tenido mucho que ver, según estudios antropológicos recientes. Una pareja monógama es un refugio para el alma, un lugar donde los afectos están seguros. La seguridad emocional refuerza el sistema inmunológico. El compromiso genera resilencia. La persona capaz de comprometerse con una idea, una pareja, un proyecto... es alguien que se valora a sí mismo, tiene claro sus vínculos y, por consiguiente, cuida de todo lo suyo. La vinculación a otro ser humano de forma comprometida hace que se establezcan vínculos afectivo-espirituales que crean un marco de referencia en el que el individuo puede desarrollarse psicoafectivamente de forma sana. Cada uno de nosotros, según su escala de valores, entiende el compromiso y la vinculación en el marco sexual de un modo. Hoy, los valores están muy diluidos y los avances en medicina nos permiten comportarnos con una «alegría» que antaño no era posible. Empero, el alma, los afectos, no entienden de «física y química». Tal vez las sociedades antiguas se estructuraron alrededor de la supervivencia física, pero actualmente tendremos que hacerlo alrededor de la emocional. Ya no es necesario cazar para comer, basta con ir al súper. Sin embargo, ahí no hay amor, como sí puede haberlo en una relación monógamente comprometida.