Rosetta Forner

Ojo por ojo

El corazón herido de un padre o de una madre no entiende de leyes. No se trata de justificar una conducta sino de entenderla. ¿Cómo reaccionaríamos si violasen, humillasen, torturasen a un hijo propio? Sólo podemos entender la conducta de otra persona si nos ponemos metafóricamente en sus zapatos. De entrada no hay que juzgarle ni mandarle a la hoguera, cosa que solemos hacer toda vez que aprovechamos para ventilar los demonios interiores (se llama «proyección» psicológica). Proyectamos en otros nuestros miedos, rencores, odios, carencias. Es por eso que muchos, ante una conducta que nos supera moralmente o que nos impacta por su contundencia, o bien nos adherimos incondicionalmente o bien la condenamos sin juicio previo y sin posibilidad de perdón alguno. ¿Existirían los asesinos, los violadores, si cada padre se tomase la justicia por su mano? ¿Tan enajenado, tanto puede llegar a cegar el dolor a un progenitor al ver lo que le han hecho a su hija? Puede. Se habla mucho del perdón, de saber perdonar al verdugo. Pero, visto lo que sucede con la Justicia humana, que deja libres a terroristas sanguinarios y a violadores reincidentes (con la opinión en contra de los expertos), ¿quién es más verdugo? ¿el que mata o el que venga la muerte o la violación de una hija? Cada ser humano reacciona de una manera frente al dolor de proporciones descomunales: hay quien se encierra en un mutismo mientras que otros salen a vengarse llevando como bandera «el ojo por ojo y el diente por diente». Quizá nadie sea tan puro como para enjuiciar lo que está bien o mal. Quizá la sociedad ha derivado en una brutalidad semejante porque está mal moral y espiritualmente. ¿Por qué alguien viola a una niña, a una mujer, a un menor? ¿Por qué un humano asesina y/o tortura a un semejante? Demasiada violencia alrededor. Exceso de miedo. Carencia de amor. Una sociedad enferma emocionalmente y sin valores espirituales fomenta la criminalidad. Que el cielo juzgue a ese padre, eso sería lo justo.