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Ángela Vallvey

Ovejas

La Razón La Razón

Tiberio, emperador romano sucesor de Augusto, ha pasado a la historia por su crueldad. Hay sobradas razones que sustentan dicha fama. Sin embargo, era un buen administrador, que dejó el tesoro público rebosante porque además supo buscar ayudantes que, como él, sabían gestionar la cosa pública, y no sólo la privada. Cuentan las crónicas que un gobernador de provincias le envió cierta vez el dinero fruto de su recaudación de impuestos; se trataba de una suma considerablemente superior a la que habían presupuestado, lo que indicaba que el tal gobernador había apretado bien las tuercas a sus contribuyentes, extrayéndoles hasta el último aliento. Tiberio, enfurecido con el despiadado recaudador, lo hizo destituir de manera fulminante (tuvo suerte de conservar el cuello), y sentenció con razón: «¡A las ovejas se las puede esquilar, pero no despellejar!». Aquellas proverbiales palabras aún resuenan a través de los siglos, ante los oídos sordos de quienes desuellan a sus ovejas contribuyentes, sin darse cuenta de que hubiese sido mejor trasquilarlas. Los buenos administradores, como Tiberio, han brillado por su ausencia más que por su presencia a lo largo de las centurias; los contribuyentes son sistemáticamente despellejados porque los malos administradores continúan matando a las gallinas de los huevos de oro. Su ofuscada, codiciosa, avidez prefiere aniquilarlas con sus manos antes que dejarlas vivir y afeitarlas durante largos años. Actualmente, el motivo de las prisas del mal gobernante por hacer caja descarnando puede ser que los dominios y los imperios ya no están expuestos a los azares de la muerte por envenenamiento o enfermedad del «tirano», sino que son las elecciones democráticas las que cambian a las autoridades. Algo que no ocurría en tiempos de Tiberio y su brutal gobernador. Lo mejor de la democracia es que las ovejas, por muy despellejadas que estén, tienen derecho a voto.

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