Luis Alejandre

Pacífico: Mares y Tierras

Una sentencia de la Corte Internacional de Justicia de La Haya acaba de resolver un viejo litigio entre Perú y Chile, referido a su común frontera marítima. Las aguas del océano Pacífico son una de las fuentes de riqueza de estos países, especialmente de Perú, que celebra la incorporación a su mar territorial de 38.000 kilómetros cuadrados hasta ahora chilenos.

Los antecedentes inmediatos de esta disputada frontera marítima procedían de la Declaración de Santiago de 1952, pero los antecedentes lejanos venían de la llamada Guerra del Salitre que enfrentó a Chile contra Perú y Bolivia entre 1879 y 1883. A consecuencia de ella, los peor parados fueron los bolivianos, que perdieron su salida al mar. No siempre las riquezas llevan la paz a los pueblos. En este caso, estas procedían de la explotación del salitre –básico para la fabricación de pólvoras y componente esencial para fertilizantes– que se realizaba en la costa pacífica boliviana y en la del sur de Perú. La explotación la dirigían, con fuerte inversión inglesa, empresas y técnicos chilenos. Chile consideró lesivos los impuestos que imponía Bolivia y como primera medida de fuerza definió su frontera en la ciudad de Mejillones, boliviana desde la independencia. Bolivia reaccionó con apoyo de Perú, lo que Chile consideró una declaración de guerra. El 14 de febrero de 1879 fuerzas chilenas ocupaban Antofagasta y declaraban como territorio propio todo el sur del paralelo 23. Continuando con su ofensiva, en mayo de 1879 destruían a la escuadra peruana en Iquique y en enero de 1881 conquistaban Lima, situada como se sabe a 13 kilómetros de la costa. El Tratado de Ancón, firmado con Perú en octubre de 1883, reconocía la soberanía chilena sobre Tarapacá, Tacna y Arica, y un año después Bolivia se veía obligada a renunciar a su franja costera, perdiendo su salida al mar.

No es de extrañar, por tanto, que, al conocerse la sentencia de La Haya, Bolivia haya reiterado su pretensión de recuperar los 400 kilómetros de costa que perdió en 1884, los 120.000 kilómetros cuadrados que tuvo que ceder tras la guerra salitrera. Como positivo del tema, yo resaltaría que Chile y Perú hayan querido dirimir sus diferencias apelando a una corte de Justicia. Ello entraña indiscutiblemente un clima de confianza y respeto mutuo. Ambos países, junto a Colombia y México, constituyeron en 2011 la Alianza del Pacífico, una iniciativa de integración regional que pretende construir un área de integración que fomente la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas para convertirse en plataforma de articulación política e integración económica y comercial con vocación de proyección especialmente hacia el mundo asiático.

Cuando he preparado estas reflexiones no he podido dejar de pensar en lo que representó el Virreinato de Nueva Castilla, cuya capital, Lima, era modelo de riqueza, esplendor y elegancia. He pensado en aquella tardía batalla de Ayacucho en diciembre de 1824, definitiva para la emancipación tanto de Perú como de Bolivia; en la influencia en la política española de aquel grupo de militares –«los ayacuchos»–, cuando regresaron a la metrópoli; por supuesto difícil no recordar la Campaña del Pacífico emprendida por España entre 1864 y 1866, durante el Gobierno de O'Donnell, precisamente contra Perú y Chile. En aquel caso España, que exigía el pago de deuda reconocida por Perú, ocupó como aval las Islas Chinchas en abril de 1864. No se trataba de salitre, pero sí de un componente natural como era el guano, una importante fuente de riqueza para el Gobierno de Lima. Un inicial acuerdo con Perú se trastocó en Valparaíso en septiembre de 1865. Un año después declaraban la guerra a España junto a Chile y Perú, Bolivia y Ecuador.

Los unidos hasta 1871, fecha en que por mediación de los EE.UU dieron fin a las hostilidades, ocho años después luchaban entre ellos.

Por supuesto, la prudencia y el respeto a estos países hermanos me aconsejan no adelantarme en juicios y opiniones. Pero en mi condición de amigo leal que ha colaborado con contingentes militares de prácticamente todos los países de nuestra América, sí me permito formular un deseo. Sé que hay en estudio posibles soluciones. Conozco las encuestas sobre el deseo de unas poblaciones que se sienten hoy chilenas. Pero hay fórmulas, hay dobles nacionalidades, se constituyen empresas mixtas, como hizo Europa cuando creó la Comunidad Económica del Carbón y del Acero(CECA), que dio respuesta a las sucesivas y sangrientas reivindicaciones francesas y alemanas sobre las fronterizas de Alsacia y Lorena.

Si la Alianza del Pacífico, formada por cuatro estados, constituye hoy un marco de convivencia y de futuro, creo que debería contemplar, por encima de ideologías, la inclusión de un quinto miembro: Bolivia. Y para ello deberían encontrar la fórmula para que los bolivianos recuperasen su acceso al océano que le da nombre y sentido.