Pedro Alberto Cruz Sánchez

Paisajes de monstruos

La Razón
La RazónLa Razón

La última exposición de Enrique Marty, instalada en la Capilla del Patio Herreriano de Valladolid, está llamada a ser una de las muestras más importantes de 2015 realizadas por un artista español. Bajo el sugerente y noventero título de «Alguien, creyendo que hacía algo bueno, liberó a las serpientes», Marty propone un «paisaje escultórico» de 500 figuras, que, de alguna manera, resucita el espíritu épico y multitudinario de los dioramas de los hermanos Chapman. Como explica el autor, los diferentes personajes surgen de la descontextualización de diferentes ídolos –artísticos, religiosos, históricos, antropológicos–, reinterpretados en colaboración estrecha con personas no vinculadas al mundo del arte. El hecho además de que cada escultura se halle producida a partir de los materiales de desecho arrumbados en su estudio permiten cercar con precisión la clave del discurso desarrollado: cualquier imagen de poder, fuera de su contexto de sentido, se convierte en basura, algo monstruoso y grotesco que revela lo peor del individuo.

Si ya de por sí la idea de belleza se revela afectada por un enorme relativismo, lo que Marty explicita es que el ídolo no dispone de ningún componente bello que no sea el aportado por su autoridad y capacidad para el interdicto y el tabú. En cuanto alguien se atreve a mirar a estos ídolos desde un punto de vista externo y descreído, el supuesto orden y la armonía que los vertebraban se vienen abajo y aparece su transfondo irracional, abominable, paratáctico. Siguiendo la estela de Hans Bellmer, Cindy Sherman o los ya citados Jake y Dinos Chapman, Marty enriquece la genealogía del monstruo contemporáneo mediante una variación alucinante e inagotable del cuerpo-escombrera de Frankenstein. Lo polimorfo, lo imprevisible, el surrealismo cruel con el que deforma el dibujo de cada cuerpo, convierten esta instalación en una de las radiografías más ambiciosas y logradas del horror contemporáneo. En un panorama tan sumamente aburrido y afirmativo como el español, alivia el encontrarse con una disidencia tan histriónica, cruda e irreverente como la concebida por el artista salmantino. No hay arte más preciso y riguroso que el del exceso y la transgresión; y, a tenor de su ya contrastada trayectoria, no cabe duda de que Enrique Marty lo controla y lo madura como nadie. Imprescindible.