Carlos Rodríguez Braun
Paraíso sin efectivo
En: «Reduzcamos el papel moneda», Kenneth S. Rogoff augura toda suerte de bienes en ese mundo sin efectivo. En realidad, como apuntó Carlos Pérez de Eulate en «Revista de Libros», el dinero se está reduciendo ya en los billetes que le importan a Rogoff, los de alta denominación, y el efectivo es «siempre marginal con respecto a los agregados monetarios relevantes»; lo que desea Rogoff es poder aplicar «políticas monetarias ultraexpansivas», en un intervencionismo cuyo riesgo es «un dopaje de las reformas y la liberalización de los mercados, por un lado, y de la ortodoxia fiscal, por otro».
El pensamiento intervencionista en general no considera las reacciones de la gente ante las diversas usurpaciones de su libertad que dicho pensamiento promueve. Por ejemplo, supone que como la gente evade impuestos mediante transacciones en efectivo, si el Estado suprime el efectivo la gente simplemente pagará, en vez de pensar en si no podrá inventar otra cosa para eludir la usurpación.
En realidad, cree que el Estado es quien sabe adaptarse, y no sus súbditos. Sobre las criptomonedas, por cierto, un buen ejemplo de que esto no es así, niega que se puedan obtener victorias sobre el Estado «en un juego en el que éste puede seguir ajustando las reglas hasta que gana. Si el sector privado da con una manera mucho mejor de hacer las cosas, el gobierno acabará adaptándose y regulando como sea necesario para ganar». Eso es tener fe en el Estado, aunque no es su moralidad.
Los límites al poder, es decir, las libertades, le parecen mal. De esta manera, eliminar el dinero en efectivo sería «transformador, tanto como abandonar el patrón oro en los años treinta, abandonar los tipos de cambio fijos en los años setenta, o la llegada de los bancos centrales modernos e independientes en los ochenta y los noventa».
El poder es capaz de muchas cosas buenas, si se le suprimen los incómodos límites, incluidos los que él mismo ha creado, como el papel moneda monopólico. Así podrá reactivar cualquier economía con más inversión, más crédito y más consumo. No titubea Rogoff en sus proclamas keynesianas milagreras. Y nos invita siempre a pensar en lo bueno del poder, a veces con tonos ridículos: «la sociedad tiene que confiar en las intenciones del banco central».
No hay en realidad, un análisis serio sobre el Estado y sobre la lógica del poder político, al parecer un ángel sin pecado, un sabio sin ignorancia, y un eunuco sin pasión. Repite un dislate varias veces: «A nadie le gustan los impuestos, pero si el gobierno consigue recaudar más de los evasores fiscales podrá recaudar menos de los demás». Quien fabula de este modo es catedrático en Harvard, la mejor universidad del mundo, según dicen, y para colmo enseña «políticas públicas». En fin.
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