Alfonso Merlos
¿Perdedores al poder?
No es el simple gesto de asomar la patita. Tampoco una precoz, tímida y veraniega declaración de intenciones. Estamos ante una estrategia de salvación, en toda regla y a un precio altísimo, que el PSOE está pergeñando para ocupar La Moncloa tras las elecciones generales.
La democracia es, en su esencia y en el fondo, un régimen de mayorías, sí. Pero es una forma de organización social, política y del Estado en la que los mecanismos para formar gobiernos son decisivos y a veces hasta sagrados. Y no es que Pedro Sánchez no lo entienda. En realidad es que no le interesa.
La cuestión capital es que –con los últimos sondeos en la mano– el único camino que le podría aupar a la presidencia es el de una coalición con comunistas y neocomunistas. No hay más. Por supuesto, sin ni siquiera conservarse el pacto post-transición que otorga la clara ventaja y legitimidad para conformar un Ejecutivo al partido más votado.
Tiene su lógica que, poniéndose la venda antes de la herida, los que se sienten perdedores de esos comicios estén tramando sumar fuerzas a toda costa para desbancar al que previsiblemente será el ganador. Pero, si así finalmente fuese, el trastorno sería doble: primero, porque en términos de gobernabilidad no siempre funciona el principio de «realpolitik» según el cual los enemigos de mis enemigos son mis amigos; segundo, porque en términos de calidad democrática ésta se vería altamente resentida por unos pactos antinatura movidos por una primitiva y sectaria pulsión anti PP.
En términos taurinos, el señor Sánchez tiene claro que de esta plaza sale por la puerta grande o entra a la enfermería. E ignora que el miura Iglesias, por su naturaleza, no está de su lado, sino en su contra.
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