José María Marco
Perdón, perdón, perdón
Es raro que un presidente del Gobierno pida perdón a sus compatriotas. Mariano Rajoy lo hizo ayer en el Senado, en referencia a los casos de corrupción que se han ido conociendo en los últimos días. Sin duda, Rajoy se ha dado cuenta de que estos casos amenazan con llevarse por delante al PP y al sistema de partidos políticos que ha sustentado la democracia y la Monarquía parlamentaria. Lo que venga después es impredecible y resulta difícil exagerar la dimensión del boquete. Rajoy hace bien, por tanto, en mostrar su arrepentimiento por la conducta de su partido en estos años. Y también hace bien en afirmar que las medidas contra la corrupción que está preparando el Gobierno van a ser aprobadas y puestas en marcha de inmediato, sin esperar a posibles y ulteriores negociaciones.
Esto último es la clave, porque la autocrítica, el arrepentimiento y la petición de perdón ya no son suficientes. Sin duda que los políticos corruptos son los menos y que la conducta de éstos se debe a codicia personal, que no debe ser achacada sin más al conjunto de los dirigentes. Ahora bien, tampoco es posible negar que esas conductas moralmente reprobables se han multiplicado en la esfera política, y lo han hecho porque las normas, las costumbres, la organización de los partidos y la selección de las élites lo han permitido o, más bien, lo han incentivado.
Nadie con sentido común pide a los representantes públicos una conducta moralmente ejemplar. Se les pide que cumplan con las leyes y que gradúen su conducta a lo que el funcionamiento de la esfera política consiente. Muchos de los que ahora están imputados, encausados o investigados han transgredido lo primero. En cambio, se han adaptado y se han aprovechado de lo segundo. Lo demuestra la impunidad de la que han gozado todos estos personajes. Por eso el problema no es de orden estrictamente ético y por eso Rajoy, de cuyo sincero pesar no cabe dudar, no puede limitarse a esperar un perdón... que no va a venir.
El perdón vendrá –si viene– cuando los ciudadanos comprueben que se han tomado medidas concretas para evitar que continúe esta situación. Con pacto o sin pacto, se le está pidiendo al presidente del Gobierno que se ponga al frente de una empresa de reforma política encaminada a acabar con la corrupción y evitarla a partir de ahora en la medida de lo posible. A diferencia de otras reformas a los que se enfrenta el Gobierno, como la de un Estado insostenible, ésta no depende más que de los propios dirigentes. Tienen respaldo y tienen medios. No hay excusa para no acometerla.
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