Pedro Narváez
Pimpinela morada
Pablo Iglesias, Pablito para Monedero, intenta sofocar el incendio con gasolina, como si estuviera en una manifestación de las de antes, cuando a correr no se le llamaba «running», que es cosa de Pedro Sánchez y de Mariano Rajoy. Pablo Iglesias ya se ejercita en una cinta del Parlamento europeo y coge fuerzas «porque estoy muy delgado», no llegada la edad aún en que tener tripa es de política viejuna, la antítesis del modelo anoréxico de Errejón. Gasolina pues para que ardan los críticos en el infierno de la disidencia con su nuevo programa electoral «de expertos» que prendió la mecha de Monedero. El ex número tres explotó mientras se discutían las medidas. Monedero defendía su estrategia, contestada a cada punto con la vehemencia de un presidente de comunidad de vecinos por otro hombre del partido, el señor X, un Platero que diríase de algodón pero que gasta veneno de serpiente. Llegó un momento en que el amigo de Chávez miró a Pablo Iglesias, que asistía a la escena como de consejo de Desembarco del Rey, y le pidió hablar en privado. Y ahí llegó el clímax, la bronca de pareja a la que se le rompió el amor radical de tanto usarlo. O él o yo. Iglesias eligió al caballero para el torneo y dejó desarmado a Monedero que a la salida espetó al señor X: «He presentado mi dimisión». Lo demás ya fue paripé mediático, la entrevista en Radio Cable, la rueda de Prensa del líder,que no dijo toda la verdad cuando anunció que había aceptado la renuncia porque no contó que el divorcio ya se había producido y que cada uno quería asaltar el cielo a su manera. La de Iglesias la conocimos ayer, ese programa que es la soga que usarán los que fueron inmaculados del 15-M y hoy urden la venganza a las puertas del castillo interior.
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