Alfonso Merlos

Prioridad absoluta

Nadie tiene tanta experiencia como nosotros en la lucha contra el terrorismo en la vieja Europa. Por desgracia. Pero también por fortuna. Porque eso significa que nadie ha acumulado tanto talento ni nadie lleva sobre sus espaldas tanto sufrimiento para confrontar una amenaza creciente, difícilmente neutralizable, extremadamente destructiva, nihilista.

Son los viejos/nuevos soldados de Alá. Con armas diferentes pero con la semilla del Mal en sus entrañas. Con el afán de derribar las más altas torres: sean edificios o personas. Y así se entiende la reacción de los poderes del Estado ante las últimas operaciones anti-yihadistas en España. Alerta máxima, o casi. Todos los esfuerzos redoblados o triplicados para desorganizar a unos cuantos puñados de terroristas dispuestos a atentar contra el jefe del Estado, su familia y quienes se interpongan en un loco camino: el que pretenden recorrer los partidarios de la recuperación de Al-Ándalus a sangre y fuego.

Es irrelevante que a los demócratas nos parezca una paranoia, una ambición salvaje pero irrealizable, una meta que nunca se cruzará. Lo llevan en el ADN salafista: el esfuerzo guerrero, el ánimo de causar el dolor desconocido. Así que la respuesta de nuestras preparadas y competentes fuerzas de seguridad sólo puede ser proporcional, efectiva. Lo hemos visto en el pasado y lo vemos en el presente. Los resultados son los que son. Sólidos. Contrastables. Irrebatibles.

España es consciente, a todos los niveles, de que los muyahidines del siglo XXI nos tienen en el punto de mira. Por nuestra historia, cultura, tradición, religión. Y por haber elegido un sistema democrático en el que hay sitio para una sociedad abierta pero no para los cancerberos del crimen islamista. Nos tienen enfrente. Señalándoles que su sitio es la cárcel. No hay más.