Ciudadanos

Pubescente Rivera

La Razón
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Cuando Ciudadanos, allá por 2011, celebró su último congreso –«asamblea general»–, tenía como toda representación tres escaños en el Parlamento de Cataluña. Era una formación anecdóticamente emergente liderada por un joven campeón de España de debate universitario al que una asesora que posteriormente recaló en la nómina del socialista Sánchez le brindó la feliz idea de romper moldes con su fotografía semidesnudo en la campaña autonómica catalana. Ciudadanos ha pasado de ser un mero dolor de muelas para el PSC y el PP catalán a convertirse en la primera fuerza no nacionalista de esa comunidad, arbitrar gran parte del poder municipal y autonómico y convertirse en cuarta formación nacional en un nuevo mapa de renqueante, que no tumbado, bipartidismo. Sin embargo, el partido de Albert Rivera, a las puertas de su nuevo congreso nacional, parece debatirse entre la melancolía del adolescente, una vacilante autoafirmación y un errático vagabundeo en esa búsqueda de identidad propia de quienes enfilan el abandono de la edad de la inocencia.

Rivera y su partido afrontan el final de su pubertad política vendiendo lo que califica no tanto de un cambio de discurso como de aplicación de nuevos registros para volver a crecer, y es aquí donde la realidad a veces aparece para apuntar que no opina lo mismo. Ciudadanos se debate en una encrucijada que por otra parte nunca ha sido nueva en los partidos de centro –recuérdese el CDS de Suárez– y que salvo excepciones les acaba situando como al camarón arrastrado entre corrientes. La ponencia impulsada por el propio Rivera para catalogar a Ciudadanos como partido «liberal y progresista» o las de otros dirigentes inclinados hacia la socialdemocracia no sólo muestran la dificultad para definir un rumbo bien hacia el centro-izquierda o bien hacia el centro-derecha, sino que abundan en conceptos ideológicos ya acomodados en otras formaciones. Ya están adjudicados.

No es casual que esa dificultad a la hora de mudar la piel tenga reflejo especialmente indicativo en las costuras que saltan cuando se trata de revisar cuestiones como la razón de ser de su nacimiento. En Cataluña, sin ir más lejos, irrumpió como fuerza regeneradora frente al nacionalismo del «tres por ciento», pero ahora que se trata de crecer más aún rompiendo lo que califican de «techo de cristal» es cuando chirría el fuselaje, porque suavizar el discurso antisoberanista para atraerse adeptos decepcionados de la antigua «CiU» –especialmente de «Unió»– no sólo no garantiza la ruptura del techo, sino que amenaza con resquebrajar parte de los cimientos.

Las respuestas pueden no estar tan lejos, léase la coherencia de haber sabido recoger en su momento unos votos del PP que de otra manera se hubieran quedado en casa o el ejercicio de responsabilidad de romper el «cordón sanitario» contra Rajoy, pero también en la lección que brindan errores como no haber entrado en el gobierno, teniendo en cuenta que en el actual escenario, Ciudadanos representa un papel de «paje» en los grandes acuerdos, para los que es esencial la participación del PSOE. A Rivera le toca ya decidir qué quiere ser de mayor.