Impuesto de Sucesiones

¿Qué tramáis sabiondos?

La Razón
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Cuando se escucha a un político hacer uso del tan recurrente como inquietante término «armonización fiscal» lo más lógico es que los interlocutores, entiéndanse los escaldados ciudadanos, se echen a temblar. No hace falta poseer la clarividencia liberal del profesor Rodríguez Braun para colegir algo tan elemental como que armonizar impuestos equivale directamente a subirlos. Suele ir en automático. Ahora el debate de moda pasa por ese otro término muy ligado a lo anterior que es el de la excesiva «dispersión fiscal» a propósito sobre todo del impuesto de sucesiones –una de las mayores agresiones perpetradas contra el ciudadano medio en materia recaudatoria y de justicia distributiva– impuesto sobre el que pretendería fijarse una horquilla de máximos y de mínimos unificada entre todas las comunidades autónomas.

Seamos claros, también cuando se trata de armonizar horquillas, de lo que se está hablando es de que unos, probablemente los beneficiarios de una más coherente gestión de gobierno acaben pagando más y otros, tal vez no tan afortunados en la gestión de sus gobernantes está por ver hasta qué punto se les cambia la vida. En un impuesto como el de sucesiones, auténtico chocolate del loro para las administraciones –su montante no pasa del 2% del PIB–, pero terrorífico para unos ciudadanos que en ocasiones acaban por renunciar a las herencias por no poder hacerles frente, se retratan unas y otras filosofías de la gestión pública. Es inexistente en una comunidad como la madrileña, puntera a pesar de ello a la hora de recaudar, mientras que otras como Andalucía a la cabeza junto con Extremadura, Asturias o Cataluña mantienen una máxima presión al alza con la consiguiente frustración de ciudadanos que exigen con toda lógica ser tratados como los madrileños o los canarios.

Es aquí donde vuelve a aparecer la inevitable demagogia, porque en un sistema territorial de asimetría y autonomía fiscal como el español –recuérdese el encontronazo de «presidentas» en la cumbre de responsables autonómicos de enero– difícilmente puede hablarse de «paraísos fiscales»; son los ciudadanos quienes con sus votos deciden poner en los gobiernos a unas u otras opciones con distintos programas económicos. Cifuentes responde ante los votantes madrileños como Díaz lo hace ante los andaluces en materia fiscal o de cualquier otra índole, esa es toda la cuestión.

Pero los «cantos de armonización» van a seguir sonando, entre otras cosas porque un gobierno en franca minoría parlamentaria como el popular y con presupuestos a la espera de una dura prueba del algodón necesita de gestos, no sólo ante el partido de Rivera, sino sobre todo hacia un PSOE cuya gestora está plenamente identificada, barones a la cabeza, con la equiparación territorial del impuesto de marras. Con esta encomienda trabaja el grupo de «sabios» designado por Hacienda y por si alguien lo duda, cuando los políticos habilitan a inmaculados expertos para dictaminar sobre según qué materias, las conclusiones raramente suelen discordar de la sugerencia de quien ordena el encargo, ergo si alguien pregunta ¿qué tramáis? al grupo de «sabios» es porque alberga algo más que una mosca tras la oreja.