Julián Redondo

Rafa sucumbe

La Razón
La RazónLa Razón

Para describir una situación complicada, Maximino Pérez, antaño director deportivo del Relax-Fuenlabrada, apostillaba: «No me gusta cómo caza la perrita». El galeno recurriría a una frase gremial: «No me gusta la orina del enfermo». Al Real Madrid le define cualquiera de ellas, disgusta, y como está en manos de Rafa Benítez, el dedo acusador le señala a él. El Barça le desnudó con Messi en el banquillo (0-3). Luis Enrique comprendió que era un partido de hombres y optó por quienes le ofrecían mejor rendimiento a priori. Con Mascherano, lesionado antes de la media hora por una sobrecarga muscular, erró; tampoco acertó al dejar fuera de la convocatoria a Bartra; pero con Mathieu taponó la herida. El parche fue suficiente, porque el Madrid ni hurgaba ni le daba un ruido.

Si Luis Enrique optó por los hombres, Benítez apostó por los nombres y el patinazo fue de tal calibre que el público despidió al equipo con una pañolada de época. Los nombres del Madrid aparecieron únicamente en las alineaciones de la pizarra. Bale sólo hizo una falta en los primeros 45 minutos, un plantillazo alevoso a Alba. Desesperante también en la reanudación. Más que intrascendente, el galés fue un estorbo. Benzema corrió como pollo sin cabeza, como si huyera de Valbuena, y se le vio fuera de sitio y de forma. Y Cristiano, el menos malo de la BBC, mas no bueno. Desesperado. Danilo, en la banda derecha, parecía el guarda de vacaciones: levantó la barrera a Neymar y Alba y, atemorizado, abusó del patadón para despejar.

Al Barça le bastaba con la presión y el orden para exhibirse; con el mariscal Iniesta y el superintendente Busquets para fraguar la defensa y organizar el ataque, mientras el Madrid, perdido y desequilibrado, sucumbía. De ahí el 0-1, y el 0-2, que nació en un ajustado fuera de juego y, en ambos, como consecuencia del desbarajuste del centro. ¿Por qué no jugó Casemiro? Benítez, consciente de su delicada situación, recurrió al «de perdidos al río» y se ahogó. La imagen, de la impotencia representada por Isco, dolió más que la sonrojante derrota.