Campaña electoral
Rehenes de los «muy cafeteros»
¿Quien se lo iba a decir a los «viejos políticos»? Ahora resulta que para hacerse con el liderazgo o al menos mantener la confianza de los órganos de dirección y la militancia de un partido, lo de ganar o, si acaso, conseguir óptimos resultados electorales –vamos, llenar la «buchaca» con el mayor número de votos– ha pasado a un segundo plano. Tanto pragmatismo en el pasado con abandonos del marxismo en el ideario de unos, huida de los estigmas leninistas en otros o el poner tierra de por medio con el derechismo tramontano en los de enfrente para hacerse con el mayor espacio electoral posible han quedado reducidos, en el caso de las dos principales formaciones de nuestra izquierda, a una estrategia no ya de aldea, sino de caserío encaminada casi en exclusiva a atraerse al militante como juez último. Primero ganar convenciendo a una parroquia bastante más radical que el pragmático votante, después ya se hablará del proyecto de país, claro está, hipotecados por esa militancia muy «pata negra» y muy «cafetera» en el plano ideológico y combativo.
Siempre se ha dicho que los afiliados son el alma de un partido político, extremo sobre el que me permitiré discrepar. Los afiliados son el músculo del que se echa mano cuando suenan los tambores de guerra electoral. Son los que pegan los carteles, llenan los huecos en los mítines y dotan de logística casi siempre desde una desinteresada abnegación. También me atreveré a aseverar que, con independencia del carnet y de unas cuotas que en muchos casos suponen todo un esfuerzo para bolsillos humildes, tampoco son los dueños del partido, sencillamente porque cuando una formación asume responsabilidades de gobierno pasa a deberse y ser patrimonio no sólo de quienes le han votado, sino también de quienes no lo han hecho.
Podemos en su reciente cónclave de Vistalegre II y el PSOE en sus últimas experiencias ofrecen la demostración de que puede vencerse en unas primarias, pero otra cosa es conformar una alternativa aceptada por los ciudadanos y con mayoría suficiente. Pedro Sánchez ganó las últimas y vuelve a reclamar el apoyo de esa «militancia cafetera», pero su raquítico bagaje electoral es manifiestamente mejorable. También Iglesias ha arrasado frente a la opción Errejón gracias a unos «inscritos» que, en efecto, han optado por el original radical frente a la tibieza del perfil «institucional», pero no debe olvidarse que la opción ganadora en Vistalegre es la que perdió un millón largo de votos en los últimos comicios generales y está por ver si el frustrado acercamiento al centro-izquierda propugnado por un errejonismo carne de purga, no limita las opciones del partido morado.
Especialmente indicativa es en el caso del PSOE la coincidencia entre el fin de una etapa en la que, a pesar de aquello de «quien se mueva no sale en la foto», primaba el proyecto nacional en la sustancia de cada propuesta, con una posterior mucho más dubitativa e indefinida en ese proyecto de país, eso sí, con la militancia de base como gran sentenciadora. Para hacérselo mirar.
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