Ángela Vallvey

Reinas

Triste tiempo de mujeres protagonistas. Últimamente ha habido dos «reinas» de la actualidad que todavía están concentrando la atención de público y medios por razones dramáticas: la Duquesa de Alba, con motivo de su fallecimiento, e Isabel Pantoja, que ha entrado en prisión implicada en el Caso Malaya contra la corrupción urbanística. La duquesa de Alba, noble famosa desde que nació, poseía más títulos y abolengo que cualquier reina coronada; se casó por primera vez en Sevilla en octubre de 1947, casi a la vez que la actual reina de Inglaterra. En España, el «bodón» que celebraron los Alba fue mucho más festejado y tuvo más eco social que el de la, entonces, princesa inglesa. Por aquella época, las relaciones entre la España franquista y el Reino Unido de posguerra eran muy tensas y recíprocamente despectivas. El duque de Alba –una personalidad íntegra y excepcional del momento– para celebrar el matrimonio de su única hija, hizo servir mil comidas a los pobres sevillanos y entregó un importante donativo a la alcaldía para ser repartido entre los necesitados; en el entierro de Cayetana, se han tenido que habilitar miles de sillas para los asistentes sevillanos: metáfora de la historia del pueblo llano español, que ha pasado en estas décadas de hambriento a espectador profesional. Y, mientras, Pantoja entraba en la cárcel... Unidas la folclórica y la duquesa por una ciudad, Sevilla, y un torero, Francisco Rivera, hijo del difunto esposo de Pantoja y exyerno de la duquesa. Articuladas, además, por el carácter fatal de sus circunstancias: el hoyo de la tumba para la grande de España, y el del encierro, la privación de libertad en la cárcel, para la cantante. Una corona fúnebre y una corona de espinas, respectivamente. Nobleza, folclore, toreros, tragedia, Sevilla, hambre, espectáculo... España distinta. Y la misma de siempre.