Alfonso Merlos

Reniegan y copian

Chavismo en estado puro. O sea, ruina. O sea, inseguridad jurídica. O sea, más impuestos, más gasto público, menos libertades individuales y un rosario de propuestas lunáticas que nada tienen que envidiar a las que han llevado a Venezuela a una situación de colapso social que no estalla definitivamente por la inhumana represión de los esbirros de Maduro.

En efecto, el millonario Monedero sigue haciéndose el sueco cuando se le pregunta por ese país (¡un señor que llegó a despachar desde el mismísimo Palacio de Miraflores!), pero al mismo tiempo ha puesto en marcha la importación de esta tóxica ideología. Y ha empezado por el principio, probablemente en el feudo más moldeable a las tesis neocomunistas: una Andalucía que no tiene bastante con la desgracia de concentrar todos los récords de paro, precariedad y pobreza nacionales y europeos (¡más madera!).

En una democracia avanzada es inaceptable el programa con el que pretenden sodomizar a nuestros compatriotas del sur. Con diferencia, los matones que hoy mandan en Caracas están batiendo todas las plusmarcas de violaciones de la propiedad privada. Y eso parece entusiasmar a ultras como Iglesias, a jóvenes distraídas como la candidata Teresa Rodríguez, y a esta peña de insensatos que se creen con la suficiente autoría moral –o sea, inmoral– para vapulear derechos fundamentales tasados en la Constitución y protegidos por las leyes. De verdad, ¡¿de qué van?!

Pues van de lo que parece: de decididos devoradores de un sistema que defiende a las personas para imponer otro en el que prima la colectivización, la estatalización. El aroma del marxismo. Un partido nuevo con unas ideas viejas, derrotadas, totalitarias. No tienen arreglo. Salvo el que los ciudadanos consigan castigando en las urnas tanta insolencia y tanto atropello.