Alfonso Merlos
Salto al vacío
Sin aliados, sin contrafuertes, ayuno de tripulación. En una aventura para Guinness de la sinrazón. En una espiral enloquecida e irreflexiva. Subiendo el motor de revoluciones hasta hacerlo reventar. Es su decisión. Y va a llevarla hasta el final con sus suicidas consecuencias. Para sí mismo, para su partido, pero casi con toda seguridad no para el conjunto de los catalanes. No.
Porque desde las más auténticas filas nacionalistas –políticas y civiles– ya ha comenzado un previsible y enteramente justificado proceso de deserción. No es un capricho de Duran Lleida. No es una cuestión de los moderados que hasta ahora se alineaban en la escuadra separatista de la estelada, la butifarra y la barretina. No. Es el imperio del sentido común, la observación –incluso a regañadientes– del imperio de la ley. Lo que toca.
Y en el ambiente de una sociedad escarmentada, dividida y debilitada como la catalana se palpa el miedo o, en el mínimo caso, la renuncia a dar el salto al vacío. Por encima de las ideologías, del patriotismo de la tierra chica, de los agravios históricos que pretenden repararse de mala manera... por encima de todo eso hay quienes están aferrados cada día más a una responsabilidad, a una mesura, a un hacer las cosas como se debe que ignora Don Arturo.
No nos engañemos. Terminemos de aclarar la propaganda de la ruptura. A pesar de que el cherokee del independentismo se obstine en jugar todas las cartas del enfrentamiento hasta el 27-S, la partida ya esta perdida. Con principios y coraje se la están ganando esos conciudadanos a los que ha intentado empujar a miles de pies de altura sin paracaídas. Y que han reaccionado por un redondamente lógico instinto de supervivencia. ¡Bravo!
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