Luis Suárez

Salvar a Grecia

La Razón
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No me estoy refiriendo aquí al desastre económico, fruto de errores que se han cometido; aunque no pretendo aminorar su importancia, mi pensamiento se dirige en estos momentos a lo que Grecia ha significado para la cultura occidental. Ya una vez, en 1452, los europeos la traicionaron dejando que Bizancio (Constantinopla) tuviera que cambiar su nombre por el de Istambul. Contados con los dedos de la mano se hallaban algunos europeos combatiendo en la hora final. Curiosamente figuraba entre ellos unos cuantos marinos catalanes, que intentaban cumplir un deseo que sus reyes en años anteriores expresaran tomando para sí los títulos de Atenas y Neopatria. En griego están escritos todos los libros del Nuevo Testamento, y de esa lengua procede la palabra clave que Augusto, por un lado, y los apóstoles cristianos por otro, emplearon para describir su mensaje: au angelios, buena noticia.

A Grecia debe el mundo moderno toda la riqueza de su pensamiento, en cuyas raíces, permanentes y fecundas, hallamos los tres nombres. Sócrates, a quien la democracia obligó a quitarse su vida, pensaba en el hombre. Platón ponía en marcha las Ideas de las que de un modo u otro nacen las ideologías. Y Aristóteles puso el acento en la Naturaleza, creada por una Causa primera. No debemos olvidar que fue un fariseo, Pablo, quien desde ciudades griegas,Corinto, gobernada entonces por un hermano de Séneca, Filipos y Tesalónica, dio forma decisiva al cristianismo invocando para ello también lo que el helenismo había descubierto hasta entonces. La cultura romana, que comenzó ejecutando a las dos columnas de la fe, acabaría admitiendo también esta manera de pensar. Y Constantino escogió para su residencia una formidable ciudad comercial helénica, Bizancio, situada en ese pequeño brazo de mar que separa a Europa de Asia.

De esto deberíamos ocuparnos con preferencia. Hay que salvar a Grecia de la ruina; los populismos renovadores del estalinismo han demostrado que no pueden hacerlo. Si se pretende crear para ella, como también para Europa, un mundo mejor y más estable, es imprescindible retornar a lo que el helenismo significara, devolviendo a la persona sus posibilidades. Grecia descubrió esa forma de Estado que denominaba polis, palabra que seguimos utilizando con el término política aunque en este caso hemos invertido los términos. «Politeía» para los griegos era la convivencia de miembros de una comunidad que se consideraban iguales. Política es para nosotros, como muy claramente lo expresa el señor Sánchez, medio para obtener el poder, potestas, en latín. De este modo se puede obligar a obedecer. Tenemos que salvar el espíritu de Grecia y no sólo su dinero, aunque desde luego la ruina económica es un obstáculo insalvable.

De Grecia, durante siglos, nos han venido grandes aportaciones. Es hora de que los católicos, como están recomendado los últimos Papas, seamos capaces de descubrir los aspectos positivos que la ortodoxia. Pues en esta se afirmaban algunos valores que nos han sido arrebatados. En el siglo III a.C. un estoico, Zenon de Alejandría, partiendo de la doctrina platónica de una Causa original del Universo, afirmó que esa creación está sujeta a leyes naturales a las que llamó Logos. Judíos y Cristianos aceptaron esta definición: a fin de cuentas lo que Dios había entregado a Moisés en el Sinai no era más que una revelación acerca del orden existente. Y luego San Juan lo explicó mejor diciendo en griego que «en el principio el Logos estaba en Dios y era Dios». Aportación suprema del helenismo que hoy estamos destruyendo: no se obedece al orden de la naturaleza sino que se lo destruye.

Los atenienses descubrieron esa forma de régimen que llamaron democracia; nombre que ahora utilizamos en términos salvíficos pero que son divergentes de la helenidad. Lo supo explicar Polibio que conducido a Roma como rehén cuando Grecia quedó sometida a su imperio: «demos» eran los distintos sectores de la polis en que se agrupaban los que tenían la condición de ciudadanos: ni esclavos, ni libertos, ni extranjeros podían formar parte de ellos. La democracia no utilizaba el voto sino el sorteo para escoger entre los ciudadanos a aquellos que debían constituir la asamblea dirigente. Desde luego se sometía a los favorecidos por la suerte a una especie de examen para garantizar que poseían las condiciones adecuadas. Exactamente lo que hoy se rechaza de un modo total. No debe sorprendernos que la corrupción aflore por todas partes. El voto, que hace del ciudadano un número, permite asegurar el triunfo a quien mejor sabe hacer su propia propaganda. Las élites, de las que depende el progreso, son en sí mismas minorías.

Polibio lo pensó muy despacio en aquella casa de un senador en la que había sido alojado. Y nos transmitió un pensamiento que hoy parece una lección muy positiva. Los Estados comienzan siempre con un régimen personal, como aquel que los países comunistas han establecido. Pero este sistema se desgasta e incurre en despotismo que es tiranía. Por eso la sociedad entrega el poder a una minoría, aquella que los romanos llamaban nobleza. También decae y debe ser sustituida. Surge entonces la democracia que poco a poco declina hasta convertirse en gobierno de los peores.

Si repasamos nuestra historia europea tenemos la impresión de que esta evolución se está cumpliendo. Estamos llegando, ciertamente a este gobierno de los peores, aunque ellos, sin distingos, se califican a sí mismos de los mejores. Grecia ha vivido ya, con claridad, ese modelo que se presenta en términos puramente políticos Debe ser salvada, ante todo, de las aferradas uñas del populismo. Y devolvérsele, por encima del equilibrio económico, aquella misión que la lengua griega lleva consigo. Es una pena que nuestros universitarios hayan sido despojados del griego; en este idioma se encuentran perfectamente explicadas las raíces del pensamiento poniendo si se quiere en primer término la palabra democracia. Pero la de verdad y no esa otra que fluye por la acequias de la sociedad.