César Vidal

«Saza»

La Razón
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A sentado al otro lado del Atlántico y disfrutando temperaturas mucho más benignas que las que atraviesa la piel de toro, me sobrecoge la noticia de la muerte de José Sazatornil «Saza». Sólo me encontré una vez con él y fue en el metro hace muchos años, cuando yo todavía cursaba el Bachillerato, y, sin embargo, con su muerte no he podido dejar de sentir que se marchaba un jirón inocentemente feliz de mi existencia. Recuerdo haberlo visto en el teatro –la segunda vez que fui en plena adolescencia– arrancando las carcajadas de un público que, durante dos horas, no dejó de reírse con su dominio de la escena. Por supuesto, disfruté de mil y una intervenciones cinematográficas hundidas en los momentos más inocentemente divertidos de mi infancia, pubertad y madurez. Como en el caso de otros personajes –no más de media docena–, la Parca se lo ha llevado sin que tuviera posibilidad de entrevistarlo a pesar de que lo había intentado varias veces y esa circunstancia añade un punto más de pesar para mí. Al igual que distintos maestros de la interpretación en España, su reconocimiento ha sido menor del que merecía porque esta nación nuestra – salvo que uno sea de la secta o del carnet o del estatuto de limpieza de sangre– no suele reconocer a los que se lo merecen salvo tarde, muy tarde, y de forma cicatera. Como ha sucedido y sucede con tantos, a uno se le vuelve a pasar por la cabeza la amargura de que, en Estados Unidos, se habría llevado algún Oscar aunque fuera por eso que llaman «supporting actor» y que en España, miserablemente, denominamos «secundario». Al enterarme del óbito, como un raudal, pasaron ante mis ojos sus aullidos en «Los que tocan el piano» en una escena que me obliga a desternillarme aunque la haya visto decenas de veces o su interpretación de catalán patriota –¡o tempora, o mores!– en «Las que tienen que servir». Que alguien que aprendió centenares de papeles a lo largo de su existencia haya fallecido con la memoria desmoronándose me encoge el alma porque parece una de esas burlas especialmente crueles con que nos topamos más de una vez a lo largo de la vida. Y, por cierto, ya que hablamos de memoria no estaría mal que un ayuntamiento que anda enredando con las calles como si no tuviera cosa mejor que hacer pensara en dedicarle una a «Saza», que tan dichosos nos hizo tantas veces sin pedirnos más allá de una benévola sonrisa.