César Vidal

Si Cataluña se separase...(y III)

La Razón
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En mis dos últimos artículos he indicado algunas de las pésimas consecuencias que la secesión de Cataluña tendría como el desplome del comercio catalán, la salida de la eurozona, un reparto de la deuda que derivaría en bancarrota y la catástrofe para las balanzas fiscal, comercial y de ahorro e inversión. No terminaría ahí todo. Cataluña estaría aislada no sólo ante el mundo sino ante una España que podría verse beneficiada por su salida. Es cierto que, de entrada, España perdería algo más del 15 por ciento de su producción, pero todo se vería más que compensado por la reducción de su déficit comercial a la mitad al irse Cataluña; por una reducción espectacular de su gasto público ya que Cataluña acumula más del treinta y tres por ciento de la deuda de las 17 CCAA; por el traslado de entidades como el Banco de Sabadell y, previsiblemente, la Caixa a otra región de España y por el ahorro que significaría no tener que atender a pensionistas y parados de Cataluña. A decir verdad, para el resto de España que lleva financiando –especialmente desde hace dos años– la deuda astronómica de Cataluña a costa de otras CCAA, la secesión significaría deshacerse de un pesadísimo fardo a la vez que absorber los mejores recursos huidos de la hasta entonces región española. Por una paradoja –quizá más que justa– de la Historia, el nacionalismo catalán conseguiría de un solo golpe arruinar y aislar a Cataluña por décadas a la vez que provocaría un despegue colosal de la España a la que odia bien es verdad que no por sus méritos reales sino simplemente porque le quitaría de encima una asfixiante losa económica. De nuevo, los ejemplos de otras naciones cercanas que han sufrido procesos de secesión así lo apuntan. A todo lo anterior, se uniría un deplorable colofón. Cataluña por si misma –seamos sinceros– no es absolutamente nada en este mundo. A pesar del gasto de sus embajadas costeadas por todos los españoles, no presenta interés alguno para nadie y es lógico que así resulte. Tanto las cancillerías como los inversores sólo experimentan alguna atracción hacia Cataluña en la medida en que forma parte de España y ésta se encuentra integrada en la Unión Europea. Para colmo de males, su lengua –a diferencia del español que hablan centenares de millones– es minoritaria y sin repercusión universal como saben los catalanes que se mueven por el mundo. Si Cataluña se separase... acabaría envidiando a Grecia.