Martín Prieto

Siempre quedará París

Se podría remedar a Bertolt Brecht suponiendo que cuando derribaron las Torres Gemelas sólo estaban cuestionando el «American Way of Life»; los atentados de Madrid sólo fueron un ruidoso recordatorio del Califato de Córdoba y los sucesos de París un aviso de cancelación del trinomio libertad-igualdad-fraternidad. Suelo charlar con un cura de hospital que yendo a sus enfermos perdió un brazo y una pierna en Atocha. Recuerdo con mi amigo que no apagamos la Puerta de Alcalá ni entramos en choque psicológico, sino que en un denso silencio los pacientes se vestían y abandonaban sus camas y los taxistas se convertían en transporte público gratuito. Ahora visto en lejanía tiene su sentido que la mayor atrocidad fundamentalista cometida en Europa lo fuera en Madrid. Lo de París suena a «...dejá vu» y podríamos envidiar la manifestación de ayer y la pasarela de representantes internacionales que no le fue concedida a Madrid quizá pensando que lo nuestro era una cuestión local. Pero siempre nos quedará París, como a los amantes de «Casablanca», porque, al fin, la sangre de los hacedores de «Charlie Hebdo» ha convencido al mundo de la existencia de una guerra santa contra la civilización judeo-cristiana en las dos orillas del Atlántico. No sólo se debe desnacionalizar a quien se sume a fuerzas irregulares yidahistas, sino que hay que establecer un doble repaso a la concesión de nacionalidades: no es igual residir a un ecuatoriano que a un sirio-libanés, a menos que éste pida asilo huyendo del salazismo. La Unión Europea debe decidir si los minaretes son más altos que las agujas de las catedrales, y si podemos multiculturalizarnos con un islam que trata a las mujeres como reses. El Imperio Romano-Germánico tiene más historia de la que puede digerir como para absorber al mundo islámico. A los muslimes les sacamos de España y se les detuvo por dos veces a las mismas puertas de Viena. Teorizar sobre el diálogo entre la cruz y el turbante, como aquellos encuentros entre católicos y protestantes, es llevar el ecumenismo a un infierno intelectual.