Alfonso Ussía

Silencio de sables

La Razón
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Me lo comentaba un gran amigo y militar ilustre, ya en la reserva, días atrás. «Mas no va a conseguir que el ruido de sables se oiga en las unidades de las Fuerzas Armadas. Lo desea, pero va a fracasar. Esa misma pretensión, casi obsesión, la tuvo el entorno del terrorismo vasco. Provocar a los militares con los asesinatos de los suyos para levantar la bandera del victimismo. Los grandes sacrificados en la lucha contra la ETA fueron la Guardia Civil y la Policía Nacional, es decir, las Fuerzas de Seguridad del Estado, y a ellos principalmente les debemos eterna gratitud. De haber intervenido el Ejército en la lucha contra la ETA, como hizo el inglés en el Norte de Irlanda, la capacidad de sugestión que tiene la mentira habría influído en la percepción internacional del conflicto. Nos mataron a muchos de los nuestros, pero nuestra obligación no fue otra que cumplir estrictamente con nuestro deber. Nuestro trabajo callado y nuestro silencio».

El paso de unos aviones del Ejército del Aire sobrevolando en unos ejercicios habituales una comarca de Cataluña, fue objeto de toda clase de temores y protestas. Esos aviadores se ejercitaban no para atacar una zona de España, sino para defenderla de una posible acción del único enemigo posible en el Mediterráneo. El llamado Estado Islámico. Si algún día el Estado Islámico ataca Cataluña, Valencia o las Baleares, los catalanes, los valencianos y los insulares serán defendidos por nuestro aviadores, marinos y militares. Pero el mundo de hoy no está preparado para una acción militar contra su propia sociedad civil. Fue la Guardia Civil y no el Ejército la enviada a Barcelona en la Semana Trágica de la Segunda República, cuando fue proclamada unilateralmente la República de Cataluña, para detener a los traidores y desarmar a los Mozos de Escuadra, que se desarmaron con notable facilidad.

Se conoce muy poco, y mal, a los militares. Las Fuerzas Armadas llevan sufriendo una reducción presupuestaria que otra institución no soportaría. Y cada día que pasa, con menos hacen más. Una nación que no tenga un concepto claro de la importancia de su defensa, es una nación disminuída por sí misma. Todo empezó con la frívola y teatral suspensión del Servicio Militar obligatorio por parte del primer Gobierno de José María Aznar. Se destruyó el entretejido y la convivencia de centenares de miles de españoles que durante un año de su vida compartieron los mismos derechos y deberes. Que se conocieron. Que supieron entender a los que no entendían previamente. Se podría haber optado por una solución mixta. Seis meses de Servicio Militar compartido con las primeras tropas profesionales. Seis meses son suficientes para aprender lo que significa servir a España, la cortesía, la disciplina, el rechazo de la mentira, el concepto del honor y el predominio de la decencia. Pero sobre todo y ante todo, el conocimiento y la convivencia de la juventud española.

Todos los partidos prometen en sus campañas electorales reducir los gastos del Estado. Es decir, adelgazarlo de asesores, gorrones, parientes y amigos. De subvenciones innecesarias. De ayudas y oenegés sorprendentes. Y es falso. Sólo se reduce el presupuesto de Defensa. Los impuestos depredadores que la clase media y trabajadora desembolsan no se manifiestan en la Sanidad, la Educación, las Obras Públicas o la Defensa de la Nación. Un adelgazamiento parcial no adelgaza. Hay que cortar por lo sano con la subvención a los chulos del sistema. Estas Fuerzas Armadas que de día y de noche, callada y silenciosamente velan por nuestra seguridad y la soberanía de nuestras fronteras, son las grandes desconocidas de los españoles. Patriotas entregados que cumplen cada día mejor sus cometidos con una mengua presupuestaria demagógica y servil. Servil en beneficio de quienes quieren independizarse o simplemente abominan de España y de su Historia.

Ellos, los militares, seguirán cumpliendo con su deber y arañando su presupuesto para mantener la operatividad de sus unidades, buques de guerra y alas de aviación. Y no se dejarán provocar por los traidores y los agresores del bien común, que es España. Si no lo hicieron cuando los suyos cayeron asesinados por la ETA, no lo harán ahora por una traición de fantoches y sinvergüenzas. Para detener a los traidores, a los fantoches y a los sinvergüenzas nos basta y sobra con las admirables Fuerzas de Seguridad del Estado, una Fiscalía firme , algún juez competente y un Gobierno decidido a que se cumplan las leyes.

El eco de los ruidos de sables dejó de retumbar hace muchos años.