Política

Todos mienten

La Razón
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El gran descubrimiento de «The Economist» esta semana es que los políticos mienten. No haría falta después de esta afirmación conocer las razones por la que el periodismo está en crisis. No se me apuren, que el semanario va más allá: habla del arte de la mentira en la era de las redes sociales, cuando noticias convertidas en algoritmos sueltan el veneno y ya nadie puede pararlas. Claro que ponen ejemplos como el de Donald Trump. Las cosas de Donald Trump. Todo él una nariz de Pinocho. De los polacos, de los rusos, de los populistas, y lo que es peor, de la llamada democracia virtual, la que en España, por ejemplo, gusta tanto a Podemos. Sueltas una mentira en Twitter y la repites tantas veces hasta que los usuarios crean que es cierta. Pablo Iglesias es experto en no decir la verdad o en taparla de tal manera que no lo parezca. La comisión Guindos fue un ejemplo hispánico de la era de la mentira política tradicional. No de la que habla «The Economist», sino de la mentira de siempre. Aquí somos tradicionales hasta para cambiar a palos el toro de la Vega, como manda nuestra historia. Al final, «Pelado» acabó en el otro mundo en la intimidad. Ojos que no ven. Los toros se mueren, los perros se mueren, las personas se mueren. Pero hay que decidir por qué o a quién hay que dar el pésame, si por la muerte del perro o por la de la persona humana. Otra revista científica preguntaba también estos días cómo descubrir que estamos vivos y no pertenecemos a una ilusión. Uf. Lo que faltaba es que encima esto no esté pasando. Volvamos a lo de las mentiras, que es a lo que íbamos, pero uno se distrae con un rabo de nube: al ministro guindilla que mentía y a los diputados de la oposición que no sólo no quieren saber la verdad sino que alimentan la falsedad sin que nadie allí mismo les apague el micrófono y les expulse de la sala. Cuando Pablo Iglesias, por ejemplo, espetó que la sobrina de De Guindos tenía el mismo puesto al que aspiraba Soria, que abrió en este caso la espiral de las mentiras poco antes de su dimisión. El mentiroso original, digamos. Iglesias fue allí en carne mortal para soltar un libelo y asegurarse de que la Prensa lo recogía, que saldría por televisión y que las redes le aplaudirían. Eso es a lo que «The Economist» llama la era postverdad. Por lo demás, todos mienten. Tienen ya tan pocas cosas que añadir que a cada rato inventan historias con la idea de que el personal se las trague. El «guindallazo» sólo ha sido el último episodio de una tendencia declarativa a la que los periodistas nos agarramos olvidando el oficio. Si nadie les pusiera una alcachofa en la boca, comerían cucarachas y gusanos y luego los expulsarían por la comisura de los labios como síntoma de su putrefacción. Incluso los que ya hemos cumplido una edad queremos descubrir nuevos cerebros que expriman nuestra enjuta inteligencia. La política, hasta que la situación cambie, es el parque temático de los troleros. Que venga «The Economist» y lo flipe.