Alfonso Ussía
Traineras
Todo empezó en la isla de Ízaro. O para ser más exacto, por la isla de Ízaro, un islote anclado en sus rocas a dos millas de Mundaca y tres de Bermeo. Algo tiene esa isla, que albergó un convento con un fraile enamorado de una tejedora de redes bermeana. Ella encendía un farol cada noche para orientar el fraile amante, y este nadaba hasta la costa en busca de su amor. Los morroscos de Bermeo, muchos de ellos enamorados también de la rubia tejedora, supieron del truco y prendieron un farol de gas sobre un acantilado que rompía las olas más bravas de la costa. El fraile murió ahogado en pleno engaño, y ella desapareció en una clara y mansa noche del mes de julio, mar adentro.
Desde el siglo XV, Bermeo y Mundaca se disputaban la propiedad de Ízaro. En el siglo XVIII los pescadores de ballenas sobre traineras decidieron zanjar el asunto. Desde puntos equidistantes con la isla, los remeros de Bermeo y los de Mundaca bogarían hacia ella, y la trainera vencedora se apropiaría para su ayuntamiento del islote deseado. Ganó Bermeo, e Ízaro se hizo bermeana, aunque cada año, por el mes de julio, el alcalde de Bermeo tiene que cumplir con un rito obligatorio. El año que lo incumpla, Ízaro pasará a pertenecer a Mundaca.
Con aquel reto, los vascos inventaron las regatas de traineras, afición desmedida que hoy se extiende por toda la costa del Cantábrico. Son embarcaciones de eslora generosa y banco fijo, que al cabo de una regata abrasa los culos de los remeros. La gran regata se celebra en la bahía de La Concha, de San Sebastián, durante dos domingos seguidos. Los aficionados se juegan hasta sus casas en el empeño. El vasco es jugador, y ha contagiado a sus vecinos. En Santander, la marquesa de Valdecilla impulsó la trainera de Pedreña, que compitió en la provincia, preferentemente, con Astillero, Castro y Santoña. También las hay asturianas y gallegas, pero de historial menos glorioso. En la actualidad, la gran trainera vizcaína es la de Santurce, y en Guipúzcoa, la provincia más rica en triunfos y Banderas, la historia está en manos de la amarilla de Orio, la rosa de Pasajes de San Juan, la morada de Pasajes de San Pedro y la verde de Fuenterrabía. Eso era, al menos, en los tiempos de mi juventud, cuando aguardábamos en alta mar la llegada a la ciaboga entre Galeceno y la Zurriola, y acompañábamos en diferentes embarcaciones a las traineras en la empopada hasta la baliza de meta, a pocas decenas de metros de la playa de La Concha. La empopada de las traineras, con centenares de embarcaciones siguiéndolas y bramando sirenas y bocinas desde la barra que separa Urgull y el Paseo Nuevo de la isla de Santa Clara, es uno de los espectáculos más grandiosos que he visto jamás en un deporte. Ganar la bandera de la Concha, es como en el fútbol, conquistar la Liga de Campeones.
En la bahía de Santander se rema La Sotileza, una bellísima regata, que no supera a la donostiarra en tradición e importancia. Son centenares de miles los espectadores que se reúnen, en tierra o embarcados, para seguir de cerca las tandas de las traineras privilegiadas. Mi color, como el de mis padres y mis hermanos, siempre fue el amarillo de Orio, y nuestras sirenas animaban a los oriotarras. La Bandera de la Concha la entregaba el General Franco a bordo del «Azor», y desde su popa la ondeaban los vencedores. Nunca se produjo incidente alguno.
Yo viví los tiempos de las traineras de madera. Llegaban los remeros a la meta exhaustos, y escoraban la embarcación por babor y estribor para refrescarse. Muchos de los remeros, extraídos de los pescadores y marineros de cada localidad cantábrica, no sabían nadar. Lo justificaban dos grandes marineros y pescadores de San Sebastián, Agustín Blanco Amundarain – que sí nadaba–, y Miguel Loncha, que de caer a la mar se hubiera ahogado al instante. «Nadar es tontería. Pescamos sobre un barco, y si el barco se hunde, mejor no saber nadar que alargar la agonía».
Se acerca septiembre y sus domingos primeros convertirán a San Sebastián en la capital de este deporte maravilloso, bravo, macho, rotundo y valiente que no merece la atención de los responsables de Deportes de nuestras cadenas de televisión. Porque al espectáculo de la regata, hay que sumar el del ambiente y el del paisaje. El de la riqueza y la ruina, el de la celebración y la tristeza. Y todo empezó allí, en Vizcaya, en la isla de Ízaro, cuando el triunfo no se reducía a una Bandera de España o a la local de cada regata. El triunfo fue la isla, y se la quedó Bermeo. El deporte de los descendientes de los pescadores a remo de ballenas, cuando las torres vigías de la costa anunciaban su paso, y partían las traineras hacia la riqueza o la muerte bogadas por pescadores.
Una riqueza cultural tan nuestra que no interesa. Los dos domingos de traineras está programado en Tele-Deporte el campeonato de Petanca de Vilanova y la Geltrú. O algo parecido.
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