M. Hernández Sánchez-Barba

Trauma histórico de México

En la historia contemporánea de México las alternativas políticas promovidas por los intentos de organización del Estado fueron definidas por el gran historiador Edmundo O'Gormann como un choque de mentalidades liberal-conservadoras que definió como «el trauma de nuestra historia». Se trata, en efecto, de una estructura caracterizada por tres rasgos adjetivos que impiden una aplicación sustantiva: ausencia de fuerzas políticas nacionales organizadas, lo cual impuso un neto predominio personalista; tensión extrema y, en su caso, luchas y conflictos entre el federalismo regional y la fuerte tendencia centralista confederal; por último, pugna entre la corriente autonomista de los intereses eclesiales y los vínculos originados por los problemas exteriores.

En todos los intentos de construcción del Estado nacional realizados se aprecia el efecto individual, o conjunto, de estos tres rasgos: primera república federal (1824-1835), paréntesis de repúblicas centralistas (1835-1846); segundo intento de república federal (1846-1853); y situación no constitucional de tendencia centralista (1853-1857). La fragilidad de tal proceso político sólo puede explicarse como fatal consecuencia del régimen presidencialista delineado por la constitución de 1824 y el juego de dos partidos políticos con escaso arraigo representativo: los «escoceses» (conservadores), organizados en logia masónica bajo el patrocinio del ministro inglés, y el partido de los «yorkinos» (liberales), filial de la logia de Nueva York, bajo la protección del cónsul estadounidense.

Políticamente, pues, el sistema anglosajón de «escoceses» y «yorkinos» se centra abiertamente en la expulsión de los españoles peninsulares, tarea predilecta de los «liberales» y núcleo de interés del pensamiento político del nacionalismo mexicano. Pero también originó una reacción, un movimiento pro-españolista, constituido por los más poderosos económicamente que se oponían al aperturismo religioso y se orientaban hacia el pensamiento conservador británico. A partir de 1832, Antonio López de Santa Anna surge como una fuerza, como cabeza visible del liberalismo, pero defendiendo bajo su amparo político la economía de las tres cuartas partes de las rentas nacionales y más de la mitad de las rentas del Estado. Santa Anna nunca se adhirió a ningún principio político, pero tuvo el apoyo de los sectores económicos de la Nación. Fue figura estelar de la república centralista instalada en 1835, moviendo los hilos del Estado mexicano, pero sin abandonar su hacienda de «Mango de Clava».

Durante su mandato promulgó siete leyes constitucionales que sólo fueron expresión de su exclusiva voluntad personal. Su gobierno quedó condicionado por las cuatro guerras a las que hubo de enfrentarse, con muy mala fortuna para México: la guerra de Texas (1835-1836); la guerra contra Francia, deseosa de conseguir indemnizaciones para compensar las pérdidas originadas en las guerras civiles mexicanas; la tercera (1839-1841) fue un intento yucateco de independencia que Santa Anna hizo fracasar. Pero la cuarta, contra Estados Unidos, tuvo una consecuencia mucho más grave. Se inició el 12 de abril de 1846, cuando pidió a los estadounidenses que se retirasen más allá del río Nueces. La contestación fue una ofensiva relámpago al mando del general Scott que ocupó la ciudad de México, lo cual constituyó una profunda humillación, hasta la firma del tratado Guadalupe-Hidalgo el 12 de febrero de 1848, por ello México perdía a favor de Estados Unidos dos millones cien mil kilómetros cuadrados, aproximadamente la mitad de su territorio nacional.

Posteriormente, bajo la presidencia de Mariano Arista, insistieron los «gringos» (green-go) en obtener más tierras, para lo cual el presidente solicitó del Congreso facultades extraordinarias y, al no serle concedidas, presentó la dimisión. La única solución fue llamar de nuevo a Santa Anna, que se encontraba en Colombia. Regresó poniendo como condición la concesión del título de Alteza Serenísima. Reorganizó el Ejército, promovió la agricultura y la ganadería, concedió garantías a la Iglesia y trató de resolver las cuestiones de límites pendientes, todo apoyado por los conservadores. Entonces los liberales conspiraron a partir de 1854 hasta obligarle a abandonar el poder. Presentan el Plan de Ayutla, pergeñan una doctrina gubernamental conocida bajo la denominación de Reforma, cuyos paladines fueron Juárez, Prieto, Ocampo y, sobre todo, los hermanos Lerdo de Tejada. Su posición política se fijó en dos cuestiones claves: las pérdidas territoriales por la guerra contra Estados Unidos y el enfrentamiento con la Iglesia, debido a su desmesurada potencialidad como propietaria de tierras.

La Constitución de 1857 supuso una prueba de interpretación de la misma en turnos de ejercicio de poder gubernamental. La invasión francesa de Napoleón III y la imposición de la monarquía de Maximiliano produjeron, por una parte, un movimiento nacionalista en el que tuvo más peso la república «restaurada» que la monarquía «impuesta». Todo terminó en 1867 con el fusilamiento de Maximiliano, la toma de poder de los liberales y profundos motivos de división en el orden religioso, político y en la sociedad mexicana.