Alfonso Ussía
Un hotel sin alma
He tratado con muchas personas afectadas por el llamado «Síndrome de Down». Iñigo fue durante treinta años mi vecino. Si lograba escapar de la vigilancia doméstica, llamaba al ascensor, subía hasta mi casa y me pedía dinero para «cañitas». Cuando Telefónica repartía las nuevas guías y dejaba en cada portal los ejemplares correspondientes a los abonados, Iñigo se recorría algunas calles de barrio de Chamberí y hacía acopio de ellas para venderlas al peso. Le gustaba la cafetería del Centro Cultural Villa de Madrid, ahora Fernando Fernán Gómez, y se enamoraba de las actrices. Tenía un gran sentido del humor, es decir, ese sentido común de inteligencia y capacidad para sobrevolar sobre las cosas del que carecen miles de personas que se consideran plenamente capacitadas.
«Chencho» vive en Barcelona. Su amigo y compañero de colegio, Nacho Puig, ha escrito un libro estupendo de su amigo «down». «Chencho», hijo de una mujer ejemplar y de un eminente cirujano que se dedica a trasplantar hígados con pleno éxito, estudia, juega al fútbol, es del «Barça», va al cine, alegra su casa y diariamente, con su superación, enseña a sus familiares y amigos que el límite parcial que la naturaleza le ha impuesto, lo supera con creces desde otros rincones de su talento y su sensibilidad humana. Sin «Chencho», sus padres y hermanos no conocerían el tramo más cercano a la felicidad.
Conocí a Pablo Pineda, el primer joven con «down» que cumplió sin darse importancia con la Universidad. Un seductor impenitente. Protagonizó una película y ganó en el Festival de Cine de San Sebastián el premio «Concha de Plata» a la mejor interpretación. Pablo es un sabio, sólo distraído cuando una mujer guapa se presenta ante él. Ahí pierde su concentración, del mismo modo que la perdieron todos sus antecesores en la seducción, desde Rodolfo Valentino a Luis Miguel Dominguín.
Son tres. Íñigo, castizo madrileño que vendía al peso las guías telefónicas. «Chencho», uno más entre sus compañeros de colegio y que sabe más de fútbol, táctica y técnica que Sir Alex Ferguson. Y Pablo, universitario premiado en el Cine y con más arte para encandilar a las bellezas femeninas que el príncipe Yusupov, ejecutor del siniestro Rasputin, y del que se decía que todas las mujeres de la Corte de San Petersburgo se desvanecían ante su mirada de ojos violetas. De discapacitados, nada de nada.
Cuando nacieron, en algunas familias consideraron que habían recibido un castigo. Con muy poco tiempo transcurrido desde esa apreciación, comprobaron que eran unos afortunados de la vida. En las familias cristianas todos sus miembros son imprescindibles e irreemplazables, pero los «down» en mayor medida e intensidad. En otros espacios, a muchos niños con «down» no les han dejado nacer y han terminado sus cuerpos en las trituradoras de las clínicas del aborto. Se han perdido la compañía permanente de la felicidad.
Escribo todo esto porque en el Hotel CaboGata Plaza Suites de Almería se han negado a alojar a un grupo de estudiantes con síndrome de «down» que disfrutaban su viaje de fin de curso. «No admitimos conjuntos de personas con discapacidad física». Posteriormente se han disculpado, pero tarde y mal. Discapacidad anímica la de los responsables del hotel. Sobran los comentarios y me ahorro los calificativos que merecen. Han despreciado a unos clientes admirables, maravillosos. Mejor dormir bajo un puente que en lugar tan inhóspito.
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