Restringido
Un machote
Para quitarse el sombrero. No me refiero al grito de «No temim por», coreado por la multitud a pocos metros del lugar donde la víspera habían asesinado a 13 inocentes. Fue bonito, pero es mentira porque tenemos miedo. Ellos no, porque en su fanatismo sólo temen a Alá, pero a nosotros nos han metido el pánico en el tuétano. Mi aplauso tampoco va para los dirigentes que presidieron el minuto de silencio. El «no lograrán derrotarnos» suena bien, pero propuestas concretas para que nuestros hijos puedan salir de juerga sin que tengamos que pasar por la experiencia de Arcadi Espada, buscando a su hija en los vídeos de La Rambla, ninguna. Más de la mitad de la docena de fanáticos que preparaban un atentado en la casa de Alcanar y a los que les reventó en la cara una bombona tienen antecedentes penales. Si a la primera, a la vista de que no venían a ganarse la vida sino a dar por saco, se les hubiera expulsado a su Marruecos natal y acompañados por algún imán que predica odio en su mezquita, mucho habríamos ganado. De Rajoy a Rivera, pasando por Sánchez, todos se han llenado la boca con la palabra «unidad», como otras ocasiones lo hacen con el término «diálogo». Estar unidos y con un propósito común facilita las cosas, pero no las soluciona. Tampoco me descubro ante Pilar Rahola, que al coraje de exigir en voz alta un «basta ya masivo» de los musulmanes en España y que se mojen denunciando, tendría que haber sumado una crítica a esas autoridades independentistas que llevan décadas promocionando el repoblamiento islámico de Cataluña. Ni siquiera aplaudo a Julia Otero, aunque me conmovió su sollozo cuando inquiría por qué no hay bolardos en Las Ramblas. La pregunta es pertinente, sobre todo cuando nos enteramos de que los recomendó el Ministerio del Interior, pero se le olvidó dirigirla a los que deben responderla: Ada Colau y Pisarello, el concejal de BComú que hace dos años quitó la bandera de España del balcón del Ayuntamiento.
¿Saben para quién iba el saludo del principio? Para el policía autonómico que, sin pestañear, echó mano de su pistola Walther P99 y cosió a balazos a cuatro de los terroristas de Cambrils. Por dos razones. La primera y más importante es que salvó decenas de vidas. La segunda, que nos ha ahorrado el amargo trago de ver cómo esos matarifes, tras unos años de cómoda cárcel, paseaban tan panchos por la calle, como hacen ya 10 de los 18 condenados por la masacre del 11M.
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