Pedro Alberto Cruz Sánchez

Un momento mediocre

Detesto las ideologías. Lo podría decir con términos más eufemísticos y menos frontales, pero estaría traicionando mi hartazgo. España vive el momento más ideologizado de toda la democracia y, por tanto, el más mediocre. No hay discusión que no escape al mezquino sesgo ideológico y que, por este motivo, acabe aprisionada en el estrecho corsé de las ideas preconcebidas y antinaturales. Aún hoy, por ejemplo, cuando se plantea un debate sobre cultura entre personas de diferente signo político, no falta uno de los más corrosivos «hits» de las últimas décadas: el supuesto y atribuido rencor de la derecha hacia la cultura, su voluntad irreprimible por castigar todo lo que huela a tejido cultural con furibundas medidas destinadas a aniquilar en tiempo récord lo mejor de nuestra acción social. La crisis ha radicalizado el maniqueísmo de las percepciones sobre la realidad. Entre un extremo y otro, cualquier argumento ponderado o con ánimo de matizar ha sido barrido del mapa. La pluralidad se ha perdido. Es cierto que cada uno piensa lo que le viene en gana. Pero el problema es que las razones son absolutas e individuales, y nadie tolera la opinión de su vecino. Aceptamos la realidad en la medida en que se amolda milimétricamente a nuestra visión de las cosas. Y –lo peor de todo–, cuando el contexto requiere de la transformación elocuente de tantos aspectos de lo social, la manera en que se pretende encarar los nuevos retos es mediante la invocación de las ideas más apolilladas e hirientes guardadas en el desván. La cultura ha sido asolada por dos tormentas perfectas consecutivas: la económica y la ideológica. La primera ha puesto al descubierto que éramos pobres y no lo sabíamos; la segunda ha dejado en cueros la mediocridad cegadora tapada otrora por la corrección política subvencionada. Llegado el momento de debatir y reprochar, hemos demostrado una estrechez de miras dignas de una mentalidad premoderna. España es un país intelectualmente deficitario e insano. Para solucionar los grandes problemas inveterados seguimos utilizando la estrategia de la purga y el juicio sumarísimo. Somos unos gañanes. Y así nos va.