Restringido
Un perrito pekinés
Voy a empezar con Gerona, más que nada porque nos llega de allí Carles Puigdemont, que tantas tardes de tedio va a dar a esta profesión de la que el nuevo presidente catalán formó parte durante una etapa de su vida. Nadie es perfecto. La ciudad de la que ha sido alcalde el tal Puigdemont siempre fue Gerona. En los libros de texto, los mapas, los Episodios Nacionales que escribió Galdós en 1874, en los planes militares de Napoleón y hasta en «El Quijote», aparece así, con «e», aunque ahora escriban Girona hasta los grandes diarios nacionales. Igual que ponen Lleida en lugar de Lérida, Ourense por Orense y A Coruña en vez de La Coruña. Se libra Zaragoza por razones que se me escapan, pero no tardaran los nuevos zelotes del antiespañolismo en poner Saragossa hasta en las señales de tráfico. Este travestismo ortográfico resulta hasta chistoso, pero coincidirán conmigo que refleja bastante bien lo que se ha atontado este país llamado España, cuán insegura es nuestra sociedad y hasta qué punto hemos perdido el oremus. La Haya en holandés es Den Haag, los alemanes se refieren a Aquisgrán como Aachen y en serbocroata Croacia es Hrvatska y los periódicos patrios no hacen funambulismos gramaticales y utilizan, como parece lógico, las denominaciones que tienen en nuestro idioma. Como escriben Albania y no Shqipërisë. Decimos Marsella y no Marseille, Ginebra y no Genève y si algún compañero de cuadrilla tuviera la ocurrencia de entrar al bar comentando que viene de pasar el fin de semana en London o que planea irse de vacaciones a New York, no partiríamos la caja a cuenta del cursi. Aquí, donde desde las revistas del corazón a los programas de vísceras televisivos traducen al castellano los nombres de la Familia Real británica y les llaman Isabel, Carlos, Enrique y Guillermo, en lugar de Elizabeth, Charles, William y Harry, resulta que hemos terminado adulterando hasta la toponimia nacional. Seguro que a estas alturas ya habrá algún estirado escudándose en la RAE y habrá encontrado alguna resolución de sus apolillados próceres respaldando la mutación y el abandono de nuestra nomenclatura, pero seamos serios. Habrá quien considere «cool» poner cara de estreñido y decir champán trompeteando los labios para que suene estirada la «ch» o se muerda la puntita de la lengua para que la «t» del gin tonic parezca original, pero yo siempre tuve claro que ese perrito que llevan las ricachonas del tebeo era un pekinés y no un beijingés.
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