César Vidal
Un político maquiavélico
Conocido como «el Jorobado», pero también como «el Divino», Giulio Andreotti se inscribe en una trayectoria de política a la italiana donde figuran desde patricios romanos como Sila a papas renacentistas o astutos ideólogos. Romano –lo que ya es toda una declaración de principios– y estudiante de Derecho, entró en la democracia cristiana en plena época fascista. Sin mucho riesgo, porque a la vez que presidía la federación universitaria de esa filiación, escribía en la «Rivista de Lavoro», un órgano de expresión rotundamente fascista que cantaba las bondades de una legislación social muy similar a la implantada en España por la Falange y Franco. Al acabar la Segunda Guerra Mundial, Andreotti pudo presentarse como luchador antifascista y, en 1946, era miembro de la Asamblea Constituyente.
Frente a un Partido Comunista que sí había resistido a Mussolini y que incluso había contado con grupos de partisanos, la Democracia Cristiana era la apuesta de la Guerra Fría para evitar la caída de Italia en manos de Stalin, una visión a la que Andreotti se mantendría fiel toda su vida. En 1947, era subsecretario del presidente del Consejo de Ministros en el cuarto Gabinete de Alcide de Gasperi, y al año siguiente era miembro de la recién formada Cámara de Diputados. En 1954, Andreotti era ministro del Interior y, en 1958, ministro de Finanzas, viéndose entonces implicado en su primer escándalo de envergadura, el «Giuffrè Scandalo», un fraude bancario que en otra nación lo habría catapultado ante el juez de instrucción, pero que en Italia concluyó con la Cámara de Diputados rechazando todas las acusaciones. Menos fortuna tuvo Andreotti en 1962, cuando la misma Cámara lo censuró oficialmente por irregularidades en la construcción del aeropuerto de Fiumicino. Pero Andreotti se repuso. No sólo eso. Creó además su propia corriente en el seno de la Democracia Cristiana con la suficiente fuerza como para derribar a Amintore Fanfani, primer ministro y secretario nacional de la DC.
En los años sesenta, Giulio Andreotti fue ministro de Defensa y se enfrentó con un intento de golpe de Estado fascista capitaneado por el general Giovanni De Lorenzo. Debía entonces haber destruido los expedientes, pero lo cierto es que Andreotti los copió y acabaron llegando a manos de una organización especialmente poderosa y siniestra, la logia masónica P-2 que dirigía Licio Gelli.
La década concluyó con Andreotti como representante del grupo parlamentario de la DC. En 1972, se convirtió en primer ministro de Italia, un cargo que ocupó en dos períodos consecutivos de centro derecha (1972-1973) y luego de 1976 a 1979. En ambas ocasiones demostró una habilidad extraordinaria para las alianzas, primero con liberales y republicanos, y posteriormente con un PCI que aceptó apoyarlo sin tener ministros en el Gobierno. Se trataba del famoso «Compromesso storico», que Carrillo intentaría imitar en España y que nunca logró porque Suárez tenía más decencia que Andreotti y el comunista español no era un zorro sino un verdadero ceporro comparado con Berlinguer. Hasta 1989, en que volvió a ser presidente del Consejo de Ministros gracias al Pentapartito, Andreotti iría sorteando los más diversos escándalos. Se le acusó de haber dejado morir a Aldo Moro a manos de las Brigadas Rojas para así impedir que los comunistas entraran en el Gobierno y conocieran los secretos de la OTAN; se le relacionó con asesinatos perpetrados por la mafia como el del periodista Pecorelli o el del general Della Chiesa y, por supuesto, fue uno de los acusados por los casos de corrupción que acabaron llevando al sistema italiano a volar por los aires. Sobre todos ellos navegó con soltura. En 1999, fue absuelto en primera instancia en un proceso que no fue precisamente ejemplar y en 2003, la corte de apelación de Palermo dictó una resolución salomónica en la que exoneraba de cargos de los casos posteriores a 1980 y no entraba en los anteriores ya prescritos. Ni aun así acabó su carrera política.
No es tarea fácil elaborar un juicio sobre Andreotti. Para muchos, no pasará de ser el tipo político corrupto de la Democracia Cristiana que tanto contribuyó a hundir el sistema. Para otros, se tratará de un enfermo de poder dispuesto a todo para conseguir ser presidente de la República, un cargo que nunca alcanzó. Posiblemente, Andreotti fue un simple realista.
Estaba convencido de la incapacidad de los italianos para vivir en una democracia real y temía que los comunistas entregaran la nación a la Unión Soviética. Para impedirlo, no tuvo escrúpulos en aliarse con cualquiera, quizá incluso con la mafia, y, a la vez, abrió el grifo de una corrupción de la que él no se benefició materialmente, convencido de que sería el mejor aliciente para que sus compatriotas apoyaran sus benéficos planes. No fue ni lejanamente admirable o ejemplar, pero seguramente contribuyó a que Italia no acabara bajo una dictadura. Desde muchos puntos de vista, ha pasado a formar parte de la galería de políticos maquiavélicos típicamente italianos.
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