César Vidal
Una irresponsable
«No te puedes ni imaginar lo último que me ha sucedido...», me dice mi amigo a punto de romper a llorar. «Tu sabes que mi mujer y yo hemos tenido algunos problemas en los últimos años», continúa apesadumbrado. Asiento con la cabeza. «Bueno, pues este último año parecía que la cosa iba a remontar. No es que todo estuviera bien, pero no discutíamos, manteníamos una convivencia tranquila, incluso agradable; los niños habían dejado de ir al psicólogo...». «Sí, me había dado cuenta», reconozco. «Todo iba camino de enderezarse por completo cuando, de repente, le llegan a mi mujer unas fotos que, supuestamente, eran mías». «¿Cómo supuestamente?», pregunto, «Lo serían o no». «Lo parecían, pero no lo eran», me responde sin que consiga enterarme. «Chico, no me aclaro», confieso. «Verás, las fotos no eran fotos. Eran fotocopias». «Ya», digo. «Y en esas fotocopias de unas fotos supuestas, aparecía yo con una rubia». «¡Dios bendito!», exclamo sin poder contenerme, «¿Y de dónde habían salido?». «Se las pasó una amiga a la que le habían llegado». «No quiero ser indiscreto», digo, «pero ¿era grave lo que se veía en las fotos?». «Pues sí, se suponía que en las fotos estaba yo con la rubia en distintas épocas del año. En una le tocaba un pecho; en otra, le pellizcaba las nalgas; en otra, le mordía una oreja.... Ya puedes imaginarte la que se armó. Mi mujer histérica; mi cuñada, que es una víbora sin escrúpulos, aprovechando para recomendarle que se divorciara de mí; mis hijos llorando y echándome miradas criminales. Yo diciendo lo de "tierra, trágame"porque no me creían». «¿Y nadie se percató de que las fotocopias podían ser un fraude?». «Nadie», me responde, «hasta que el otro día viene a casa, en medio del follón, un amigo que siempre ha sido muy sensato y mi mujer le cuenta, moqueando, el drama. El tío, con una frialdad imponente pide las fotos, las examina y dice que son falsas». «¿Y eso?», indago. «Pues dice: mira, primero, una fotocopia no prueba nada; segundo, en todas vais vestidos igual sea cual sea la época del año y, tercero, porque en ésta él aparece con ella en Navidad y esa Navidad la pasasteis juntos». «¡Vaya lince!», exclamo. «Al final, parece que todo se va a solucionar, pero imagínate el daño... y luego me entero de quién es la amiga. Una...». «Una irresponsable», le corto antes de que mi amigo se acuerde de la madre de la filtradora de fotocopias.
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