Francisco Nieva

Una lengua siempre en vanguardia

Una lengua siempre en vanguardia
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Como soy dramaturgo y director de escena, siempre reclamo de mis intérpretes que sean entes de teatro, que hablen como loros doctorados y redichos y en un castellano recortado como patrón de sastre. Tengo derecho a que mis personajes hablen con la misma enjundia y facundia que Celestina o Segismundo. Si siempre es necesario «hablar bien» una lengua, en el teatro se debe practicar con el mayor rigor. Las lenguas son «muy patrióticas». ¡Qué le vamos a hacer!

Y ¿qué le vamos a pedir a un viejo académico? Ya se supone que no nací con barba y que me llamaban Paquito, que este viejo señor ha sido un niño. Un hijo de padres intelectuales y «muy leídos», que a menudo les escuchaba hablar de Unamuno, de Ortega y Gasset, de Baroja, de Antonia Mercé, del maestro Falla, de Picasso...

Auque, mucho más tarde, me empapara de cultura francesa y fuera un español afrancesado -cosa muy española- fue muy prolija mi educación en el más puro castellano. Mis padres eran muy modernos y muy generación del 27, que más tarde significó para mí la flor y nata de esta cultura española que no se quedaba atrás -dentro de Europa- en universalismo y trascendencia para la evolución de las artes.

Fue para mí un orgullo que Falla figurase entre los compositores más en punta de su tiempo, que Lorca se tradujese a tantas lenguas, que «La edad de oro» y «El perro andaluz», de Luis Buñuel, figurasen -como joyas de la corona- en todas las cinematecas del mundo.

Es de lo más natural que, habiendo nacido en el 24, ellos se convirtieran más tarde en mis grandes maestros. Yo no sentía más ambición que continuarles, mientras España se detenía, colapsada bajo la dictadura. A mi juicio, ellos representan la etapa cultural más relevante en la España del siglo XX. Y casi todos sufrieron el exilio. Todo se quebró, aparentemente, tras la Guerra civil, pero no en esencia. ¡Cuán vivos siguen estando en el imaginario español! Influyentes y modélicos todavía.

Pero una desventura así, aquel triste exilio ¿en qué puede dañar la importancia de una construcción dialéctica que ya es inamovible y es una dichosa realidad? Seguimos siendo muy modernos. Luis de Pablo es un músico extraordinario y de proyección internacional. Mi paisano, el pintor Antonio López, lo mismo. Cuando yo vivía en París, durante una larga etapa del franquismo, escuchaba decir pestes de España. Salía a relucir «la leyenda negra». Tan negra como la de otros imperios y países. Pero la nuestra con más salero. Reafirmada por Quevedo - «Los sueños» - por Goya - «Los caprichos»-, por Valle Inclán -«Los esperpentos». Son los descubridores del acendrado surrealismo español, que culmina en Salvador Dalí y Luis Buñuel. Y además...¡Picasso! Qué riqueza ¿Verdad? Pues, esto no es un cuento.

Pues, sí, en aquel periodo de mi vida, yo no escuchaba hablar muy bien de España. Esto era coyuntural. Pero tenía un amigo inapreciable y respetadísimo que comió varias veces en casa y tenía unas sobremesas deslumbrantes, sobre todo, para mí, al que recordaba la importancia y universalidad de nuestra cultura y de una lengua que hablan más de cuatrocientos millones de personas. La misma lengua de Cervantes y Calderón, la misma lengua de Lorca y Cernuda. Para que se vea que no es una «vieja lengua» que no evoluciona, sino que sigue en la vanguardia, igualmente representada por Neruda, Borges, por García Márquez y otros genios hispanos.

Pero ¿quién era aquel amigo que tanto me recordaba la importancia de España, su influencia cultural en el mundo? Éste era Marcel Bataillon, un hispanista al más alto nivel de conocimiento de lo que se supone españolidad. Ese prestigio no lo mueve nadie. Ahí siguen Celestina, Don Quijote, el Lazarillo, Segismundo, La Dorotea, Mari Gaila, Nazarín, Bernarda Alba... Decidores, divertidos, conmovedores... Y enseñando a hablar el español desde sus fuentes originarias y evolutivas.

No es un cuento la cultura española, es un novelón apasionante, trepidante, que no tiene fin, porque sigue actuando, como Don Juan, en tantos escenarios operísticos y de verso, ayudado por Molière y por Mozart, que se debieron hispanizar, para mejor enfatizar su presencia.