Atlético de Madrid
Una peineta
Hoy es el último día de un partido oficial en el Calderón y no se cómo voy a poder dejar de llorar. Hoy es el último partido oficial en mi casa, en mi estadio, en ese lugar donde tantas horas he pasado y donde tantas alegrías me he llevado. Los que nos llaman sufridores no tienen ni idea. No se puede haber sido más feliz en ese templo que han dejado caerse casi a pedazos pero que ha permanecido en pie porque lleva dentro el espíritu de todos aquellos que jamás tiramos el abono al río. Van a demoler el Manzanares para hacer un parquecito y alrededor unas viviendas por las que nos han vendido. Les ha dado lo mismo si queríamos o no, si era necesario o no, si nos mandaban al quinto coño. Les ha dado, les damos lo mismo. Les da igual que fueran nuestros padres y abuelos los dueños del Calderón. Llegaron, mintieron, arrasaron, no pusieron un duro y se hicieron de forma fraudulenta con nuestro patrimonio, con nuestro club. Y a partir de ahí, al negocio descarado.
Que no me busquen los que opinan que estaremos mejor en el Wanda Metropolitano (hay que joderse) porque nadie podrá convencerme de que es mejor un adosado en el extrarradio que un piso en el centro de Madrid.
Que no me argumenten que así seremos más porque no se si nos conviene ser más, o aceptar palcos llenos de coreanos.
Que no me cuenten que el Manzanares está viejo porque jamás pusieron un duro para mantenerlo decente o tenerlo limpio. Y aún así, ahí estuvimos.
Somos los que somos y nos damos calor en las noches frías. Somos los que hemos querido ser durante muchos años de nuestra vida y no hemos necesitado acústicas diseñadas, ni vestuarios enormes, ni franquicias pujando por hacerse hueco. Somos y hemos sido a pesar de ellos, a pesar de saber que no les importa nada. Jamás se lo voy a perdonar, aunque la justicia les haya perdonado el delito. La Peineta. Eso mismo. Una peineta.
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