José María Marco

Una posición propia en Cataluña

El escándalo de la fortuna oculta de Jordi Pujol debilita, sin duda alguna, la posición de CiU. También debilita al conjunto del nacionalismo catalán, aunque más fuera de Cataluña que dentro. Quien piense que el nacionalismo se ha quedado sin legitimación se hace demasiadas ilusiones. Los millones de la familia Pujol no van a contribuir a que los catalanes que hoy respaldarían un voto a favor de la independencia dejaran de hacerlo. Lo que podrían hacer es acabar de dinamitar el respaldo del electorado catalán a CiU y desplazar aún más el voto hacia ERC, lo cual no sería una buena noticia. Está claro que la opinión pública y los dirigentes de los países de la Unión Europea han entendido por fin que el nacionalismo catalán, en su versión republicana, no es una cosa liberadora, sino una variante del populismo demagógico que en otros países se llama Front National o UKIP. Darle alas, sin embargo, no es bueno, ni siquiera para desacreditar el «procès» independentista. Desde ninguna perspectiva sería correcto contribuir a acercar Cataluña a un abismo en el que nos precipitaríamos todos.

Los dirigentes de CiU deberían ser capaces de comprender que esta es, probablemente, la base de la posición del Gobierno central. Tienen por tanto la ocasión de romper con un pasado corrupto, por no decir mafioso, pero también de reconstruir una posición propia dentro del nacionalismo catalán, una posición que no reniegue de la tradición conservadora y española que le dio al nacionalismo catalán toda su originalidad. Lo relevante del nacionalismo catalán no es Macià ni Companys. Es el legado de Cambó y de Prat de la Riba, que los actuales nacionalistas han tirado por la borda.

El Gobierno central tiene poco que hacer en todo esto. La elección recae casi del todo en los dirigentes de CiU. O bien se echan definitivamente en brazos de ERC, se convierten en su portavoz y se desacreditan definitivamente, o bien intentan recuperar un espacio propio, que haga posible la gobernación de Cataluña desde el centro y, llegado el caso, no bloquee cualquier proceso de reforma general, como puede ser la del sistema de financiación autonómica. De paso, tal vez los socialistas habrán tenido la ocasión de entender que cualquier reforma constitucional es inverosímil teniendo a los republicanos como únicos interlocutores en Cataluña. Los nacionalistas han jugado durante décadas a ser los Maquiavelos de la política española. Como muchos aprendices de Maquiavelo, entre ellos él mismo, han acabado haciendo el ridículo. No hay por qué seguir en la misma línea.