José Luis Alvite
Una vela debajo del mar
Los autores que firmamos en El Retiro deberíamos ponernos en pie en las casetas y aplaudirles a quienes nos visitan. Ellos lo son todo para mí y jamás escribo sin que me venga a la memoria el rostro de alguien que alguna vez me pidió una firma o simplemente me saludó con afecto aunque no llevase un solo céntimo en los bolsillos. En esta ocasión he tenido además el agradable placer de conocer personalmente a mi admirado José Ribagorda, con quien tengo el gusto de compartir la amistad de Lorenzo Díaz, que ofició la ceremonia de un encuentro al que le daremos prolongación cualquier día en el que caiga a verano el invierno de Galicia y Ribagorda acuda a la cita recordatoria de su suegro, el fallecido José Antonio Silva, aquel pionero presentador de televisión que fue también piloto de aviación y al que tanto recuerdo de cuando yo era solo un crío que jugaba cerca de la calle compostelana en la que vivían sus padres, el lugar en el que también él había sido niño en un tiempo de atraso e inocencia en el que con el sol primerizo de abril se volvían cerezas las gotas de la lluvia en las crines de los caballos. Ahora ya me considero amigo de Pepe por el enlace de Lorenzo Díaz y también por unirme a él el recuerdo de aquel admirable santiagués que revivió en la conversación mientras compartíamos unos vinos cerca de El Retiro madrileño y en la calle se desataba un tiempo desapacible que demacraba el aire, espantaba los taxis y acatarraba el fuego. Le prometí a Ribagorda un reencuentro estival en el mar de Portosín, uno de esos sitios en los que aún llega la hierba al mar, un lugar, amigo mío, en el que no hay que descartar que veamos pasar por debajo del agua a José Antonio Silva buscando pista a oscuras con la ayuda de una vela encendida. (A Macu Infante)
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